Espectáculo. Rocío Molina y Rafael Riqueni. Inicio (Uno). Extracto de Trilogía sobre la guitarra y Rocío Molina con Eduardo Trassierra y Yerai Cortés. Al fondo riela (Lo otro de uno) Extracto de Trilogía sobre la guitarra. Lugar: Teatro Central. Ciclo: Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Domingo 6 de septiembre. Aforo: Lleno
Si la naturaleza bailara sería Rocío Molina. Si las nubes, los pájaros, las rocas, el agua calmada o las salvajes olas quisieran manifestarse físicamente lo harían a través de ella. Porque como demostró este domingo en la trilogía sobre la guitarra que estrenó en la Bienal de Sevilla, la bailaora es capaz de vaciar su cuerpo y desprenderse de su consciencia -que no de su memoria- para convertirse en sujeto que encarna y resume el mundo.
Es decir, más que bailar o mucho más allá de eso, Molina se detuvo a mirar y escuchar la vida que para ella imaginaban Riqueni, Trassierra o Cortés desde sus sonantas. Así, en un meticuloso ejercicio de generosidad se dejó poseer y cedió sus brazos, sus muñecas, sus hombros, sus pies y su cadera para hacer que el público abriera los ojos, permaneciera en silencio y recordara que la belleza está las cosas más simples. Por eso, experimentamos la misma ilusión, alegría y esperanza que cuando después del encierro por fin nos dejaron salir a pasear y nos sentimos humanos.
El viaje sensorial, plástico y poético lo inició por la mañana con Rafael Riqueni en un diálogo fraternal donde la ternura y el respeto mutuo traspasó la pantalla desde la que asistimos al encuentro, hasta el punto de que el abrazo que ambos se dieron nos achuchó a todos. Aquí, el guitarrista capturó el Parque de María Luisa con su toque sensible y ella, de blanco impoluto y con extrema delicadeza y contención, dibujó cada uno de sus rincones, volátil, área y curiosa como un pajarillo recién salido del nido, magnética como la luna.
Es verdad que la artista ya experimentó estos diálogos en el Impulso que llevó al Festival de Danza de Itálica el pasado verano y que esta primera parte, casi de laboratorio, costó más disfrutarla a través del streaming por su densidad y su minimalismo pero, aun así, su capacidad de imitación del entorno natural fue tal que nos emocionaba ver cómo a Riqueni se le escapaban las sonrisas entre las cuerdas y se quedaba embelesado con ella.
Juntos se les vio felices y mientras el guitarrista, cándido e inocente, abrazaba con sus compases el escenario y le regalaba a Molina su universo lírico se fue produciendo la magia. A partir de la soleá -ante la que llegó la ovación espontánea- y las notas de Amargura empezó un espectáculo poético en el que la bailaora se tapó con la tela que cubría el escenario creando una poderosísima imagen que perdurará en la retina de muchos.
Ya por la noche, inmersa en la oscuridad, la malagueña respondió a la envolvente y tajante guitarra de Eduardo Trassierra, poniendo en cada movimiento una intención nueva. Aquí, Molina se hizo piedra y, sobrada de recursos, se mostró contundente y exacta, llevando su cuerpo desde la parálisis más férrea a la velocidad frenética de unos pies que, ya sin furia, gritan e imploran.
Poliédrica, camaleónica y discretamente salvaje como un reptil, la Molina se proyectó en sus sombras, invadió el escenario, con iluminación y escenografía exquisita, y se fue transformando en cada palo (¡Qué farruca!), según le iba guiando con su complicidad y su guitarra impecable y creativa Trassierra, y Cortés con su frescura y brillantez. Además de una flamencura, un desparpajo y una cercanía que arrancó también aplausos. Con esto, y ya enfundada en un quimono que le tapaba hasta el rostro, propuso algo de lo que estará por venir en la tercera parte de esta trilogía sin cerrar. Quedamos a la espera, seguros de que entraremos en otra galaxia.