Festival flamenco de club en el Café Berlín
José Manuel Gómez Gufi
Los grandes momentos de expansión del flamenco en Madrid se deben a la incorporación de nuevos espacios que inevitablemente atraen a un público nuevo. Ocurrió en el “Johnny” en los años setenta y ochenta, ocurrió con el Revolver en los noventa y está ocurriendo en el Café Berlín, ahora. Así el festival flamenco de club del Café Berlín se llena de un público distinto que a ratos se comporta como si estuviera en misa, no se oyen los jaleos y expresiones habituales en otros ámbitos. No me quejo, pero si Rocío hubiera estado en el Corral, en el Patas o cualquier otro local “flamenco” estamos escuchando ¡ooooooole! hasta el año que viene.
La última vez que vi a Rocío Molina fue en Pamplona con “Caída del cielo” donde la electricidad de la banda hacía estallar los cortocircuitos en un gran escenario. Más pequeño y concentrado la escena del Berlín se llenó con la presencia de Rocío Molina que tentó los pulsos del público del sábado por la noche con una de sus entradas lentas, no quiso mantener la pausa y comparada con sus apariciones teatrales fue directa al trapo, con el cante y el compás de José Angel Carmona y Oruco.
Era el autoproclamado día del flamenco y por la mañana en el Teatro Flamenco Madrid Faustino Núñez había avisado de que los bailaores contemporáneos para distinguirse y hacerse distinguir no dan todos los golpes del compás del palo en el que están; así que si te pones a contar te puedes perder, lo cual incomoda (y mucho) a los que gustan que no les toquen los saberes. Con ese paisaje y un vestuario sobrio, del gris al negro, salió desnuda de conceptos y gestos atribuidos al arte del contemporáneo. Directa al baile -y si se me permite la expresión- “cien por cien flamenca” (si eso es posible y el flamenco permaneciera en una urna incontaminada por otras expresiones).
Cante, tacón, palmas y compás servidos en crudo, en esa sobria dignidad del arte despojado de lo que los conservadores consideran innecesario. ¿Baila Molina como se bailaba antes? Para nada. Ahí brota de nuevo el talento y la frescura de la artista empeñada en vivir y revivir cada instante. Hay referencias, claro, y vemos la furia en el rostro de Carmen Amaya y el taconeo forjado en arcilla de La Chana cuando baila sentada.
Miras al público y están, uno a uno, aturdidos ante el espectáculo. No tienen tiempo de jalear porque están ocupados en respirar el mismo aire que la Diva. El guitarrista Paco Soto me confiesa que es el segundo día que la ve, que ha salido de un concierto (o de trabajar) y que no se ha podido aguantar. Al rato me saluda Pedro Barragán que ya programó a la Molina así en el Dorado de Barcelona. Otro lugar que respira las evoluciones.
Creo que el guitarrista es el habitual Eduardo Trasierra, ha salido a mitad de la faena para engrandecer lo acústico y vuelve a pasar… no hay un instrumento eléctrico a la vista pero el resultado da calambre. Ya al final hay una pequeña concesión a la fiesta con patada y pose de Oruco para la postal del día. Salgo a la calle dándome golpes de pecho ¿Cómo se me ha pasado preguntarle a Rafael Riqueni cómo se toca pa que baile Rocío Molina?