Rocío Molina – Bosque Ardora en el Festival de Jerez

Rocío Molina - Bosque Ardora - Festival de Jerez

Rocío Molina - Bosque Ardora - Festival de Jerez

Texto: Silvia Cruz Lapeña

Fotos: Ana Palma

Teatro Villamarta
ROCÍO MOLINA – BOSQUE ARDORA
ROSARIO «LA TREMENDITA», dirección musical
MATEO FEIJOO, dramaturgia y dirección

Especial XX Festival de Jerez – Toda la información

El árbol se volvió bosque

“El momento de la creación y el momento de la caída se funden en uno solo. La naturaleza y el hombre caen por igual en el tiempo a la vez que son creados.” 

La cita es de Harold Bloom en Shakespeare, la invención de lo humano. Habla del Rey Lear y de Macbeth, obras en las que una tormenta y un bosque son tan protagonistas como los personajes a los que somete a toda clase de infortunios. Como la caída que sufre Rocío Molina en el arranque de Bosque Ardora, cuando la tira un caballo en medio de un lago que está en medio de un bosque que a su vez se encuentra en mitad de la nada. 

Galería fotográfica por  Ana Palma

En Bosque Ardora todo tiene tintes de pesadilla: la historia, la escenografía y los personajes, y todo alberga no uno sino al menos un par de significados. Descifrar el de esta historia no sirve de nada porque admite muchos pero me arriesgaré con uno. Este relato no habla de lucha de sexos, ni de una hembra herida o en huida. Va del ser humano, de uno atraído por controlar y acumular un poder con el que se construye y se destruye y modifica el entorno. Ese ser encarnado por Molina puede ser hombre o mujer, sobre todo si aceptamos que todo es sueño, territorio en el que nada tiene un único rol ni un único uso. Las faldas, por ejemplo, las usan los tres bailaores y ella es una mujer porque la conocemos pero podría ser neutra, varón o fémina. O animal, pues como tal se aparea y a ratos se comunica. 

El ser protagonista pasa por fases: cae, se levanta, copula, se gusta, gusta y es sensual e irracional. Toma forma y se civiliza pero las ropas, los roles y la pérdida de la inocencia no la hacen más feliz. La última metamorfosis ocurre cuando Molina luce un vestido largo que imita los tonos de la tierra y dentro de él baila una soleá hipnótica con la que se vuelve arborescente. Y el árbol se acaba volviendo bosque. En ese punto, el sueño-pesadilla termina con un final sorprendente que acaba de convertir este show en una obra teatral de altura.

Un nivel más

Molina, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez bailan por parejas, en trío y se encuentran y se desencuentran para emparejarse de nuevo y volver a separarse. Se pegan, se aman, se maltratan, se malentienden y vuelven a reunirse en una danza que es baile de altísimo nivel, primigenio, salvaje, original. Como el flamenco.

El cuerpo de Rocío, ya sea en los movimientos sensuales, sincopados o más jondos no muestra novedad en su elocuencia: sigue perfecta. Es la intención y el mensaje lo que han subido de cota. Pero que nadie se eche atrás, no es complicado. Bosque Ardora puede verse como si fuera Caperucita Roja o La tempestad de Shakespeare. Tiene muchos niveles de lectura pero además es bello y aturde, interroga, pasma. No importa si es o no es flamenco porque es sublime y un taconeo de Rocío cierra tres bocas de un sólo golpe. Al principio, se oyó entre el público algún resoplido descreído pero luego se hizo el silencio y al acabar la función todos aplaudieron y hubo alguno que lloró. 

El nivel de baile, de técnica, de creatividad, de puesta en escena no tiene parangón con casi nada de lo que se sube a las tablas en este país. La calidad y la precisión de todos y cada uno de los que pisan el escenario, trombones, percusión, palmas, cante, guitarra y bailaores, es excelente y funciona como un reloj. 

En cuanto a  las referencias, nada decía el programa pero el texto huele a Shakespeare, no sólo en sus puntos trágicos, también en la manera de armar el contexto y en su importancia. Además, hay algo del tono profundo e irracional de los poemas de Alejandra Pizarnik, especialmente en aquellos que aluden al bosque, lugar y motivo recurrente en los versos de la argentina:

“Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.”

Así lo dijo en Extracción de la piedra de la locura y algo de ese fondo y esa forma hay en esta propuesta de la malagueña, obra en la que el adentro y el afuera se confunden y obligan a quien mira a preguntarse en qué momento un árbol pierde su singularidad y se convierte en bosque; cuál es el límite que separa a un animal de un humano o si hay alguna diferencia entre un ser y su contexto. 

 


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