Rocío Márquez «Pinceladas» con Miguel Ángel Cortés a la guitarra & Los Mellis palmas y compás. Teatros del Canal – Suma Flamenca
La imagen que tenemos de Enrique Morente es la de un visionario rompedor de moldes. Un creador que luchó por la libertad en todos los ámbitos. Sin embargo, tendemos a olvidar que Enrique lo hizo todo desde el flamenco, desde el punto de vista de un aficionado cabal que durante su vida se fue despojando de las tradiciones que muchos cantaores consideran una “carga” que arrastran como un nazareno camino del calvario.
Tal y como está el flamenco hoy, creo que Enrique ya hubiera reivindicado al cantaor Antonio Mairena y eso que algunos de sus seguidores fueron particularmente agresivos con la obra “morentiana”, especialmente la que se salía de los cánones del “mairenismo”.
Las peleas que libró Enrique Morente en vida nos parecen ahora pequeñas y futiles. Pero hay docenas de anécdotas que nos recuerdan que los recalcitrantes podían tirar piedras a la caseta donde se había refugiado el cantaor o llevarle a juicio por considerar que no había hecho los cantes tal y como lo ordenaba la ortodoxia.
Este preámbulo viene a cuento porque Rocío Márquez nos parecía más propensa a dibujar sus “Pinceladas” a la obra de Morente por el lado vanguardista que por el del flamenco clásico. Hay elementos en “El niño” dedicado a Pepe Marchena que hacen pensar en un concepto de evolución en el cante muy “morentiano” (la producción de Refree o “los esclavos” con el Niño De Elche). Un camino que siguió con el Proyecto Lorca en “Firmamento” y que continuó en “Visto en el Jueves” y que en 2016 obtuvo el “Giraldillo” a la innovación de la Bienal de Sevilla por “Diálogos de viejos y nuevos sones”. ¡Ojú! ¡Eso sí que tiene guasa! ¡de la buena!… ¡que te reconozcan eso de que te inventes la música antigua!.
Total que lo más novedoso del concierto de Rocío Márquez fue el imponente traje de cuero (o similar). Comenzó cantando por guajiras (por un lado Marchena, por el otro Morente). Siguió por la senda del clasicismo hasta llegar a Miguel Hernández “Elegía de Ramón Sijé” y “Andaluces de Jaén” (¡Tsk! nadie ha superado la versión de Paco Ibáñez). Se quedó sola para cantar un poema de Antonio Orihuela. En los tangos hizo una suite entremezclando “nonaino” y “yeli-yeli” con la inestimable colaboración de los Mellis al compás y Miguel Angel Cortés a la guitarra que lograron que el otro tango “Chiquilín de Bachín” (una obra menor de Astor Piazzola) no sonara demasiado cursi y melodramático, que es lo que ocurre la mayoría de las veces. Total que estábamos llegando al final del concierto cuando Rocío entonó unos caracoles de Don Antonio Chacón. Así que, haciendo la cuenta la vieja, para llegar al Omega o a la Misa, Rocío Márquez hubiera necesitado tres o cuatro conciertos. Sirva la humorada para enfatizar que la Márquez eligió un concepto de flamenco clásico y que eso resulta tan “morentiano” como meter a Lagartija Nick por la senda del compás jondo.
La partitura estaba diseñada de tal manera que el punto culminante llegó por seguiriyas, lo que delata otro esfuerzo por rendir homenaje al Morente aficionado al cante sin utilizar coartadas “posmodernas”. Como se ve, el legado de Morente es lo suficientemente amplio como para que entren mil y una maneras de entender el flamenco.
Soberbios Miguel Angel Cortés y los Mellis durante todo el concierto que hubieran podido acompañar por el lado vanguardista de Morente, y brillante la cantaora en el tono de sus interpretaciones.
Para el bis dejaron atrás los micrófonos y Rocío encadenó copla con canción moderna con “Se nos rompió el amor”. El público puesto en pié despidió a los artistas con una larga ovación tal y como había ocurrido la noche anterior con Rafael Riqueni.