Espectáculo: Alternativas. Voz: Rocío Márquez. Piano: Daniel B. Marente. Percusión: Antonio Moreno, Agustín Diassera. Saxo: Juan M. Jiménez. Guitarras: Manuel Herrera, Canito. Coros y palmas: Los Mellis. Baile: Leonor Leal. Fecha: 28 de marzo de 2019. Lugar: Teatro de la Maestranza. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
A Rocío Márquez la disfruta cualquiera. El ultra fan que encuentra extraordinariamente interesante cualquiera de las aventuras de la cantaora. La cultureta que empatiza con su faceta más conceptual y comprometida. El aficionado que la ha visto crecer y cultivarse en las peñas. Y también la madre de mi amiga Cris, que acudía invitada por otras mujeres de su familia sin conocer de nada la trayectoria de la onubense y me narraba a la salida su fascinación por el descubrimiento. Qué bien.
Todo porque la artista ha sabido aunar con criterio, precisión y coherencia una propuesta de calidad en la que convive inevitablemente lo estético y lo ético, lo popular y lo culto, el respeto por la tradición y la admiración por la vanguardia, la sabiduría y la emoción, e incluso sus propias ansias de perfección y la aceptación de sus debilidades.
Pero además, estas Alternativas en la que la cantaora juega con el doble significado del término -por un lado, el de la ceremonia taurina en la que el torero primerizo adquiere la categoría de matador de toros y, por otro, el de la búsqueda de soluciones distintas- es un concienzudo trabajo de concreción y exploración donde Rocío abre el tríptico de su obra y de su vida y se presenta con más personalidad y menos miedo que nunca.
Es decir, como las famosas muñecas rusas, Rocío Márquez ha ido encerrando en sí misma su incesante búsqueda, sus inquietudes, aciertos y errores, los encuentros y decepciones y las evoluciones y revoluciones musicales y personales. Y aquí, en esta noche catártica, las fue destapando una a una hasta encontrar su síntesis artística. La esencia con la que logra poner de acuerdo a un público de preferencias estilísticas y gustos diversos que efectivamente aplaudía cosas distintas. “Esto es lo que gusta de ella”, decían con rotundidad a mi lado cuando Márquez interpretaba los palos más clásicos justo minutos después que alguien desde atrás resaltara de ella su versión más contemporánea.
En cualquier caso, todo este recorrido desde su último álbum Visto en El Jueves a sus inicios más puristas, con parada en Firmamento, uno de los trabajos que “más me han enseñado” y una de sus grandes obras, estuvo impregnado de momentos brillantes en los que Rocío resultó más sincera y cercana que otras veces.
Así, la apertura con el romance a Marchena, aquí con reivindicativa letra de Antonio Orihuela, dio paso a Llegar a la meta, Andalucía, la emotiva mariana recuperada de Menese/Moreno Galván, el Trago amargo de Vallejo y la popular Luz de luna de El Cabrero en un bloque donde vimos a la Márquez más luminosa y efervescente, magistralmente acompañada por la guitarra chispeante de Canito y la percusión prodigiosa de Agustín Diassera.
En el centro, ya acompañada con la maestría y los infinitos mundos que recrean los músicos de Proyecto Lorca, Rocío Márquez cantó por mineras, fandangos, bamberas -fastuosas- y cantes asturianos en su faceta más sobria, contundente y arriesgada.
Por último, el regreso al origne con las palmas de los Mellis y la guitarra jonda de un preciso Manuel Herrera, en un repertorio que inició con una memorable petenera pausada y sentida, guajira, caracoles, seguiriyas y coplas donde Márquez se mostró más serena y segura y donde llevó sus posibilidades vocales hasta el extremo.
En los intervalos la bailaora Leonor Leal regaló destellos de su baile expansivo con el que fue dibujando, entre otros, los compases del Vito en el tributo que Juan M. Jiménez y Antonio Moreno rindieron al Olé de John Coltrane.
En definitiva, un espectáculo redondo y elegante en el que Márquez se encumbró como una de las voces (entendiéndose el término más allá de la literalidad) más interesantes del flamenco contemporáneo. Consiguiendo incluso que muchas de las letras rescatadas resultaran ahora más necesarias si cabe. ¡Bendita sabia nueva! Así, sin falta de ortografía.