De vidas – 23 febrero 2025 – Centro Social Blas Infante – Festival de Jerez
Foto portada: Ana Palma – Galería fotográfica completa
Una lucha titánica contigo misma. Una bronca mayúscula, en la que te tiras sillas, hasta de los pelos, con esa otra yo que se asoma al fondo del espejo, que viste una ropa que ya no te representa, y que estorba; esa parte de ti que calza andares que dañan, que te encogen y deforman. Adicciones y obsesiones que anidan en tu mente y montan unas películas que para qué quieres Filmin. Capas y capas de todas las túes ante ti con las que, antes o después, tendrás que ajustar cuentas. No tengo ni idea de contra qué luchaba Rocío Garrido, pero sí puedo dar fe del combate.
El duelo lo convocó la almeriense en el Centro Social Blas Infante, que se incorpora como nuevo espacio escénico en sustitución de los Museos de la Atalaya, en esta 29º edición del Festival de Jerez, no sin quejas por la escasa visibilidad de algunos asientos, la lejanía del centro, la altura del escenario…
Combate, decíamos. Y es que esta bailaora (Premio Desplante 2023 en Las Minas de la Unión) no tiró la toalla en ningún momento. Aunque el hilvane de la pieza resulta a veces lento, monocorde o angustioso, no es menos cierto que la iluminación y el atrezzo -unas ramas con las que probablemente quemaban a las brujas y herejes- sostienen deliberadamente la opresión ante la que Garrido se rebela una y otra vez: con la granaína, la petenera, la siguiriya. Y también con Lacrimosa, esa pieza del Réquiem de Mozart que, aunque manido, bien traído, pues literalmente, narra un día de lágrimas y luto en el que la humanidad resucitará de las cenizas para ser juzgada. Digamos que nunca es un buen día para el juicio final.
Rocío, que parece no encontrar la calma en ningún rincón, baila con desespero pero siempre limpia y precisa -y con una fortaleza olímpica envidiable- y responde con expresividad sobrenatural al cante resquebrajado de Pepe de Pura -garantía magistral bajo la que guarecerse- y a la versatilidad, madurez y elegancia de la joven cantaora Esperanza Garrido -qué grata sorpresa-, que lo mismo te pellizca donde no sabías que dolía que te encoge las tripas con un canto casi lírico sobre el que echarse a soñar. David Caro firma la dirección musical y enmarca con su guitarra un espacio sonoro. Otro que ya no sólo promete, sino que da.
La mano que mece los hilos, es decir, la dirección artística y coreográfica de la obra, ha corrido a cargo de Eva Yerbabuena, que contrapone su luminoso y disfrutón paso por el Teatro Villamarta apenas la noche anterior, con la factura de esta propuesta oscurísima, obsesiva y catártica que dejó a la de Almería exhausta y despeinada y (ojalá) satisfecha de la purga.