El canon del cante y lo que está por cantar

Rocío Díaz & Manolo Franco

Rocío Díaz & Manolo Franco

Rocío Díaz cante Manolo Franco, guitarra. Sala García Lorca.

José Manuel Gómez GUFI

Hace unas semanas coincidí en las redes con Antonio Villarejo Perujo que ha vuelto al flamenco después de 40 años en otros menesteres y que en su regreso se mostraba sorprendido por el desarrollo del toque y el baile y lo poco que había avanzado el cante. Como quiera que Antonio hizo varias cosas antes que el cronista y en los mismos lugares (conocer a Morente, vivir en el Johnny y escribir en el diario Informaciones) me resultó muy interesante sus impresiones sobre el cante de hoy. Recientemente ha propuesto un canon para potenciar la originalidad en el flamenco entre artistas, aficionados, concursos y demás eventos.

Bienvenida una iniciativa destinada al fracaso, es evidente que decirle a la gente lo que tiene que escuchar es inútil, nadie dictó en los diez mandamientos flamencos “sigan a Paco de Lucía”, rompan sus camisas con Camarón o adoren el “Omega” de Morente. Ocurrió. Ahora también ocurren otras cosas, muchos artistas están en la tarea de reinventarse y quizá por el camino encontremos la ansiada renovación.

Se presentaba Rocío Díaz en la sala García Lorca en el ciclo de San Isidro Flamenco y desde el primer momento quedó clara su voluntad de aportar su granito de arena. Rocío compone la mayoría de sus letras ¡Albricias!

Entrar en la sala sin micrófonos de la segunda planta de la fundación Casa Patas es como entrar en la capilla de un secta de enamorados del cante sin escudos ni refugios. ¿Alguien se acuerda de la cantidad de conciertos y grabaciones malogrados por la “reverb”? Es verdad que aquel artilugio mecánico le daba más seguridad a los cantaores. Hasta que llegó la Paquera y se puso a cantar a pelo en el palacio de los deportes que yo la vi (pero apenas la escuché porque estaba lejos). El caso es que Rocío Díaz, cantaora de Triana, empezó a palo seco y remató con versos de mujer que está más que harta del varón que tiene al lado, versos muy aplaudidos, por cierto, en una sala con mayoría masculina.

Salió Manolo Franco que hizo uno de esos acompañamientos delicados y sutiles, quizá la guitarra es la que más desconcierta a los oídos contemporáneos ante la ausencia de electricidad. La sala tiene sus peligros y puede desnudar al artista, Rocío pasó fatigas en la malagueña y siguió poniendo versos suyos a los cantes, claro que uno puede interpretar los versos nuevos malamente y así donde dijo naranja se me figuró “almeja” y la copla se quedó dudando entre la frutería y la pescadería cuando llegó el descanso y me sugirieron que me pasara por la peña Paco del Pozo donde estaba Cancanilla de Málaga, sólo hubo que bajar un piso para encontrase con el cantaor, si la García Lorca parece una capilla para los elegidos, la sala de abajo tiene un aire a cita clandestina… y en esas Cancanilla entona con la guitarra de J.A. Muñoz una de esas seguiriyas indescifrables en sus letras que te dejan temblando como una hoja ante un vendaval.

De vuelta con Rocío Díaz uno se vuelve a ubicar y como es la feria de San Isidro hay versos toreros que no afectan a mi perfil animalista, cuanto menos sangre mejor, dijera lo que dijera la Piriñaca. Rocío canta con conocimiento y creo que el esfuerzo de cantar lo propio le añade valentía a una propuesta cabal. Rocío Díaz tiene que competir con los poetas: Lorca, Miguel Hernández y los Machado y tiene que competir con décadas de cultura oral que ha pasado de padres a hijos y de ahí a Demofilo y a los demás recuperadores de coplas y versos. Estamos muy cómodos con lo escrito y lo cantado. Rocío Díaz trae lo que está por cantar.

Video & fotografías – Rafael Manjavacas

 

 

 

 

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