Teatro del Canal – Sala verde – Festival Suma Flamenca
Rafael Riqueni, Guitarra en concierto
Salvador Gutiérrez, Guitarra
Manuel de la Luz, Guitarra
Los escenarios del flamenco han cambiado mucho. Antes, tocaores y cantaoras salían a escena pertrechados tras los equipos. Me refiero a los últimos 50 años; de Camarón pa-cá los artistas se refugiaban detrás de artilugios sónicos, ahora no hay esas trincheras. A cambio, le crecen las orejas a los protagonistas. Vemos unos bafles a la altura de las susodichas (las orejas) que le dan un aire galáctico al asunto. Así que sale Rafael Riqueni envuelto en una luz “azul-metálica-emoción” y nos quedamos, como flotando, detrás de las mascarillas.
Rafael toca en otra dimensión, en otro tiempo. Es uno de esos equilibristas que caminan entre precipicios y cuando arriesgan en una nota o en una falseta, el personal se estremece. El tocaor interpretó una granaína, luego se fue por soleá, ahí es donde pesan los pies, pesa el compás y pesa la vida. Enrique Morente solía decir con su inolvidable sonrisa: “Estamos vivos de milagro”. Se refería a los campos minados del flamenco y también a los accidentes de la existencia.
Nadie mejor que Rafael Riqueni para abrir una Suma Flamenca dedicada a Morente, nada mejor que el sonido de su guitarra para mostrarnos el dolor y el placer. Al rato ofreció unas alegrías con espuma de inspiración. Todo lo que toca Riqueni suena diferente, siempre delicado. Lleva dos temporadas anticipando su nuevo disco “Herencia” demostrando que la guitarra vive hoy en el esplendor. Pueden repasar las obras de Riqueni y se reencontrarán con el genio que vivimos ayer.
Aparecieron Salvador Gutiérrez y Manuel de la Luz y la guitarra de Riqueni comenzó a cantar a la “Estrella” morentiana en un arreglo insólito que nos dejó con la suave presencia de los abrazos de los amigos que tanto añoramos.
El formato de trío de guitarras no es nuevo, nada que ver con la explosividad de los tríos que formó Paco de Lucía con sus sobrinos y con John McLaughlin y Al Di Meola. No hubo duelos, aquí hubo buenos arreglos con espacio para expresarse y Salvador Gutiérrez y Manuel de la Luz ofrecieron falsetas contundentes dentro del espíritu reflexivo de Riqueni. Creo que Rafael anunció unos tientos para acabar y ahí el trío se subió en una ola y comenzaron a hacer surf, relajados.
Don Rafael se quedó solo para el final y volvió cantar una melodía a las seis de la mañana en Manhattan, con Audrey Hepburn y un croisant en frente de Tiffanys. Del “Moon river” pasó al “My Way” y se volvió a un cine de pueblo con “Cinema paradiso”, en un suspiro. Hay gente que piensa que eso no es flamenco, que en Nueva York no se sabe “ná-de-ná”. Eso es que quizá no han pisado Broadway, ni se han leído los cuatros libros de Gamboa sobre el asunto. Ni han escuchado a Riqueni ponerle la guinda a la banda sonora de un concierto de película.