Como el tranquilizador beso de buenas noches con el que te arropaban de niño en la cama o los placenteros arrumacos escondidos bajo la mesa camilla aparecía este sábado la guitarra de Rafael Riqueni en el Théâthe de Nîmes para apaciguar el fuerte y frío viento del Mistral que nos helaba las pestañas. De esta forma, solo en el escenario sin más –ni menos- ofrecimiento que el de su sonanta sincera y pausada, el sevillano ponía fin a la 33 edición del festival francés con la misma entrega y entusiasmo que hizo en la clausura de la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla.
Así, con una sala a rebosar de espectadores que aplaudieron emocionados cada una de las composiciones del artista, Riqueni ofreció una hora y media larga de recital (con varios bises en los que incluyó su esperado ‘Amarguras’ y la ‘Canción del Fuego Fatuo’ de Falla) sorprendiendo al público francés con su toque ingenuo, vulnerable y delicado. Aquí nos dimos cuenta que las manos de Riqueni no sólo esconden la musicalidad de Sevilla sino que son capaces de encender la lumbre y hacer hogar allá donde se proponga.
Es decir, sin más pretensión que la de sumergirnos en su viaje, Riqueni invita a acompañarle por paisajes sonoros que nos llegan como ráfagas, fogonazos, zarandeos o caricias. Permitiendo además que sea el oyente el que concluya aquello que él deja suspendido después de cada última nota, como si el tema realmente nunca acabase del todo. Y recordándonos también lo importante que es respirar para hallar el sosiego.
En este sentido, el sevillano, que el próximo 7 de febrero grabará en el Teatro Lope de Vega de Sevilla un concierto para celebrar sus 45 años de carrera, nos hizo olvidar las gélidas temperaturas de fuera y sentir que el flamenco abriga y serena en todos los idiomas.
Fotografías: © Sandy Korzekwa
Igual que también nos desafía o interpela con propuestas como `The Diasappearing Act’ que previamente había estrenado Yinka Esi Graves en la sala Odéon (con el aforo completo), junto a Raúl Cantizano a la guitarra, Remi Graves a la batería y Rosa de Algeciras al cante. En este caso, la bailaora británica explora “la articulación entre la resistencia y la invisibilidad desplegada por la mujer negra” en una compleja propuesta en la que encontramos un exceso de ideas, muchas de ellas interesantes, que no terminan de resolverse.
Sentimos que aquí, la personal bailaora, focaliza en una búsqueda que en escena no siempre se sostiene. De hecho, el ritmo de la propuesta, decae en su desarrollo y nos expulsa a ratos, concentrándose hacia el final lo más sugerente. Es más, es después de la caña, cuando sentimos que el lenguaje coreográfico de Yinka encuentra la perfecta sintonía con el discurso del espectáculo, como si ahí estuviera el hallazgo.
De esta apuesta, la primara en solitario de la artista, nos chocó también el contraste entre la estimulante música de Cantizano y Remi Graves, creando una excitante atmósfera que alimentaba y servía de perfecto impulso al baile de Graves, con la voz tibia de la cantaora.
Con todo, durante estos diez días el Festival de Nimes volvió a demostrar su capacidad para exponer el flamenco más heterogéneo, ganándose a un público entregado que aplaude sin debates ni complejos este arte en su faceta más experimental y en la más tradicional.
Fotografías: © Sandy Korzekwa
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