7 DE JULIO, 2001 Patio de la Hacienda 'La Fuenlonguilla'
CANTE:
Diego Clavel
José Menese
José Manzano
La Cañeta
Aurora Vargas
Santiago Donday
Felipe Scapachini
Encarnita Anillo
TOQUE:
Manolo Franco
Antonio Carrión
Niño de Pura
Pascual de Lorca
El Bola
BAILE:
Manolete y su grupo
FESTEROS:
El Jineto
Pedro de Chana
La noche del 7 de julio cuando muchos ojos
españoles estaban puestos en los venerables sanfermines,
aquí al otro extremo del territorio, muy lejos del
bullicio pamplonés, en las afueras de un pueblo algo
apartado del camino, en el patio de una hermosa finca andaluza
que recordaba tiempos más sencillos, un grupo de
artistas ofrecía su pregón particular a las
musas gitanoandaluzas del flamenco.
Bendito taxista despistado
que me dejó en el lugar equivocado obligándome
a seguir el camino a pie desde el centro del pueblo hasta
la finca. Muy lejos de ser un engorro, la caminata de media
hora sirvió para ambientar mi mente y mi espíritu
para lo que estaba a punto de presenciar. Dejé atrás
el último bar de la esquina de cuya radio salía
la voz de Pastora por tangos, lamentando no poder acompañarme
a tan deliciosa cita. En seguida campo andaluz pelado…las
veintidós horas y la noche estival que no acababa de
caer…olivos…grupos de aficionados con sus neveras cargadas
de botellines, tinto, serrano y queso añejo…otros
que palmoteaban o se entonaban por fandango, por soleá…la
voz de Pastora cada vez más lejana…los olivos siempre…
El breve peregrinaje
terminó al aparecer las luces de la finca en lo alto
de una pequeña colina. El festival se celebraba en
un patio amplio a la vez que acogedor que albergaba un lleno
total sin aglomeraciones en una noche fresca con un fuerte
viento que prestaba cierto drama a los sucesos.
Después
de una larga presentación, el festival dió comienzo
con la guitarra a dúo por soleá con bulerías
a manos de tan lujosa pareja como Manolo Franco y Antonio
Carrión. Parecían estar divertiéndose
pero tuvieron el buen gusto de no alargar demasiado. Fueron
seguidos del cantaor José Manzano. No conocía
a este hombre y me cayó estupendamente. Es un artista
serio y bien dotado, original a la vez que tradicional, voz
flamenca y agradable, con cierto aire a Pansequito, sin caer
en ningún momento en la imitación. Manolo Franco
le arropó excepcionalmente bien con su guitarra por
alegrías, taranta, siguiriya con cabales, soleá,
y bulería.
Entonces
le tocó el turnó al gaditano, fragüero
de oficio, Santiago Donday, un cantaor instintivo,
nada pulido, adorado por unos, despreciado por otros. La corbata
que parecía incomodarle bastante, complementaba el
aire de profesor despistado de este hombre que carece por
completo del saber estar de los cantaores profesionales. Abandona
letras a la mitad al no acordarse de los versos, no sabe acabar
los cantes y se sirve de unos gestos con las manos para indicarle
al tocaor y al público que 'ya 'ta'. Luego se pone
al borde del escenario para entablar conversación con
los de la primera fila como si no hubiera cientos de personas
pendientes de él. Su naturalidad es auténtica
y no fingida, y con su voz rota ha sabido ganar al público
con su «mijita por…» soleá y por siguiriyas,
que se empeña en llamar «seriguillas». Le
acompañó Pascual de Lorca a la guitarra.
A continuación
un grupo de artistas que venía anunciado como «Fiesta
por Cádiz», que más que un cuadro, era
un grupo de cantaores que se turnaban cantando p'alante. Encarnita
Anillo, una joven guapísima y flamenquísima
recordaba a la Susi con sus tangos. Luego Felipe Scapachini,
un veterano conocido por su amplio repertorio y voz cálida.
A pesar del apellido, dificilmente se puede cantar con más
aire gaditano. Otra vez Donday con unas bulerías curiosas,
seguido de nuevo de Encarnita que se esforzaba admirablemente
por soleá para demostrar que sus dotes de cantaora
abarcan más que los cantes festeros.
Luego, como ocurre
tantas veces en el flamenco, un hombrecillo mayor, que realmente
ni canta, ni baila, nos derramó toda la sal de su tierra
a puñados generosos y nos resfrescó con el aire
de su presencia. El Jineto, tío del cantaor
Juan Villar, con su barriga de sandía madura se acercó
cojeando al micro. Este hombre, guapito de cara a sus 74 años,
se dirigió al público, hablando sin decir nada
en concreto, y casi sin darse cuenta sus palabras empezaban
a tomar forma dentro del marco del compás por bulería.
Hablaba, bailaba, decía, se reía, gestionaba…
Qué maravilloso misterio de tanto arte en tan poquita
cosa…y el público supo apreciarlo con aplausos espontaneos
y calurosos a cada rato.
José
Menese Scott, uno de los hijos predilectos de La Puebla
de Cazalla, cerró esta primera parte con el acompañamiento
de Antonio Carrión. A Menese se la ha visto más
nervioso y menos a gusto que hace una semana en el Potaje.
Como siempre, empezó con una variedad de cantes menos
corrientes: caracoles, tangos de Málaga (los del Piyayo),
y petenera. Admirable la labor de Menese y su paisano desaparecido,
Franciso Moreno Galván, de renovar los versos del flamenco,
pero también cansa un poco tanta letra desconocida,
y se encuentra uno deseando escuchar alguna de las tradicionales
que tan oídas tenemos todos. Carrión sobresaliente.
Da gusto ver a un tocaor más que competente, sin que
sea aspirante a nueva figura de la guitarra. Menese dedicó
la soleá «a mi pueblo» y el viento amainó
como para prestar atención. Terminó su actuación
con cabales, curiosamente tratándolo como cante independiente,
sin que fuera remate de siguiriyas.
Después
del descanso la segunda parte abrió con otro discurso
del presentador, en el cual se ha detectado el ánimo
conservador de los responsables del festival. Entre otras
'indirectas' declaró «ya sabemos todos lo que
está pasando con el baile hoy en día».
A continuación
Manolo Franco y Antonio Carrión ofrecieron un dúo
por bulerías que fue una especie de 'grandes éxitos',
incorporando las falsetas más conocidas de tocaores
como Marote, Paco de Lucía, Ricardo o Diego del Gastor,
un curioso popurrí que pretendía complacer de
manera descarada a un público diversificado.
Le
tocó el turno a la Cañeta de Málaga,
por primera vez en el festival de La Puebla, guapa en su madurez,
que se presentaba con su marido, el cantaor José Salazar
que hacía de palmero para su mujer, y su tocaor habitual
Chaparro. Esta veterana, de personalidad dinámica y
flamenca es una curiosidad flamenca por su condición
de festera malagueña, aunque en realidad sigue en la
línea de las festeras sevillanas y jerezanas. Es auténtica
e instintiva, y conecta con el público desde el primer
instante. «S'a quitao hasta el frío» anunció
la gran dama, y Chaparro atacó con bulería por
soleá con su guitarra fresca, crujiente, casi agresiva
de lo flamenco que toca. Esto era otra cosa…el recuerdo
de una época cuando no había tantos acordes
y el término 'fusión' sólo iba ligado
a la palabra 'nuclear'. La cantaora ligeramente gritona, pero
de las que se lo puede permitir, cantaba también los
cantes de la Repompa (atribuídos actualmente a La Pirula,
madre de la Cañeta), y por bulerías, empleando
letras con sabor antiguo…»te casaste con aquel viejo
por las moneas, y ahora se acaban las moneas y el viejo se
quea».
Entonces
el choque fue total cuando sonaron los primeros acordes jazzísticos
de la noche para dar la entrada al grupo de Manolete,
bailaor granadino, hermano de Juan Maya 'Marote'. Dos jóvenes,
tan empeñados en dar la nota que no coincidían
en sus movimientos, se encargaron del primer número…y
se me ocurrió de repente que qué antiflamenco
queda el baile a dúo, negación total de la espontaneidad
y la creatividad. El público no lo tragaba y aplaudía
por cumplir. Salió el gran Manolete y un grupo de japoneses
que antes había pasado desapercibido se puso de pie
y aplaudió. Este granadino, junto con el madrileño
el Güito, es hoy en día la máxima representación
del baile masculino de los años anteriores a Canales
y Cortés, y su forma de bailar hizo perfecto juego
con el traje corto tradicional que vestía. Bailó
larga y majestuosamente por alegrías. Qué clase
de afición tendrían los japoneses, y qué
devoción a Manolete, que se marcharon en masa después
de la intervención de éste…
Diego
Clavel sale al escenario y queda patente que el público
le adora. Más que Menese, y más que el desaparecido
Miguel Vargas, este es el cantaor de La Puebla de Cazalla.
Sin gritos ni histrionismo, de manera exquisitamente sutil
empezó con la media granaína de Chacón
acompañado por Manolo Franco. Clavel siempre ha sido
de los pocos que sabe mimar unos tientos, y no defraudó.
Luego ofreció tres variedades de malagueña de
las 47 que ha recopilado en su reciente grabación antológica
de este cante, terminando con verdiales. En cada instante
su voz está a punto de quebrarse, e incluso calcula
mal de vez en cuando, pero por encima de todo se tiene la
sensación de estar ante un cantaor que siente un respeto
muy profundo por su arte, y se le puede permitir algún
que otro gallito. Cantó sabia y honestamente por siguiriya…emplea
los tonos a boca cerrada con gran efecto expresivo…terminando
con el cambio dramático, difícil, y hoy en día
algo abandonado de Manuel Molina.
Aurora
Vargas ha sido la encargada de cerrar esta segunda parte,
junto al tocaor el Niño de Pura. Esta radiantemente
guapa cuarentona, la Ava Gardner en bestia, rara vez ha faltado
al festival de La Puebla donde es muy querida. Se presentó
en escena vestida de un rojo despampanante, y cantó
por tientos con tangos de Triana, fandangos, y cómo
no, bulerías, siendo casi un reflejo, pero de otra
manera, de La Cañeta. El Niño de Pura
más que competente, pero tal vez algo frío para
tanta gitanería.
El fin de fiesta
recordaba los mejores años de los festivales cuando
tan de moda se ponía la ronda de tonás, mano
a mano que se diga, entre los principales cantaores. Menese,
Clavel, y Manzano se entregaron para un público tan
entendido como agradecido, destacándose quizás
Manzano, y todos los artistas que habían participado
realizaron sendas pataítas por bulería dando
por terminado el festival a las cinco cuarenta y cinco de
la mañana.
En resumen, lo más destacable de la noche ha sido la
excelente organización, un surtido de artistas variados
e interesantes, un público bueno a pesar del frío,
y un lugar idóneo. Más no se puede pedir.
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