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Segunda jornada del flamenco festival madrileño,
en una noche preparada para rendir homenaje al guitarrista jerezano
con casi cinco décadas de profesión, Paco Cepero.
Actuaciones previas de Esperanza Fernández y Chocolate que
ayudaron a engrandecer más la noche del tocaor en un teatro
Albéniz prácticamente lleno y dispuesto.
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Una
luz cenital ilumina el lado derecho del escenario, y el Grande poeta
recuerda a Antonio Machado con unos versos para presentar a la cantaora
nacida trianera con sentimiento lebrijano. Esperanza Fernández
comienza por toná en la misma posición en que se situaba
Félix Grande, algunos oles y gran aplauso. Se sienta en su
silla al lado de Miguel Ángel Cortés, y empieza a
cantar una soleá que se desplaza hacia sentidos alcalareños
en su forma en la que una falseta del tocaor iniciada con trémolos
arranca una gran ovación. La voz de Esperanza suena suave
y al mismo tiempo desgarradora, creando con su estilo una forma
bastante personal basada en dicho contrapunto cantaor. Momento de
viajar un poco más al sur de Andalucía, hacia Cái,
donde la tierra se hace mar. Tonalidades de azul intensidad en el
suelo del escenario para envolver las celestiales cantiñas
de la trianera, con un sentido del compás bastante reseñable
por su buen gusto. Continúa una seguiriya de buena impostación,
con potencia pero sin llegar a la especulación, para llegar
al final de su ratito de cante con bulerías. Esperanza baila,
Esperanza canta, Esperanza siente… hasta la peineta salió
volando sorprendida por tanto arte. Todo resultaba ya de gran naturalidad,
incluso no parecía que hubiera público delante de
ella, tanto es así que cantaba sin micrófono…
Félix
salió de nuevo al escenario para presentar a Antonio Núñez,
“Chocolate de la Alameda”. El prácticamente sevillano,
de nacimiento jerezano, comenzó con un cante del gaditano
barrio de Santa María, la malagueña de Enrique el
Mellizo. Posteriormente llegaría un taranto y una soleá,
antes de llegar a la serrana. Quiso dar el maestro especial protagonismo
a esta modalidad seguiriyera (que además fue lo que mejor
cantó) por el hecho de ser un cante que ciertamente no es
usual en los repertorios habituales actuales. Seguiriya posterior
de esencia trianera en la que se intuía un pequeño
homenaje al gran maestro Tomás Pavón, y llegados a
este punto es cuando Chocolate afirmó sentirse por fin a
gusto, resulta curioso que a un artista tan grande le dé
cierto sentimiento de temor un escenario. Tandas de “fandangazos”,
según su propia denominación chocolatera, que hablan
en sus letras principalmente de traiciones sentimentales sirvieron
para cerrar una correcta actuación bien acompañada
por el aire clásico de Antonio Carrión. Es cierto
que desde un punto de vista objetivo y sincero, Chocolate no tuvo
una gran noche presentándose algún que otro contratiempo
con la afinación, pero es de reconocer el carácter
septuagenario del cantaor y una sabiduría que le permite
salir bien parado de la situación.
No
es lo mismo ritmo y compás, son similares, pero es distinto.
El compás se acerca más hacia el lado de la perfección,
quizás tenga incluso cierto remanente de frialdad, mide los
conceptos temporales… el ritmo vive en la calidez, transcurre
en los conceptos temporales. Ritmo y compás, dos caras de
la misma moneda. Ésta es la idea que quiso explicar Félix
Grande para presentar a Paco Cepero, instantes después de
recibir como premio las flamencas manos madrileñas. Y ciertamente
era un buen argumento para la presentación, puesto que ambos
conceptos de gran similitud pudieron ser comprobados desde el primer
tema que interpretó junto a su grupo, “Noche andalusí”.
Segundas guitarras de José Ignacio Franco y Miguel Salado,
percusiones de Luis de Periquín (habitual de Navajita Plateá,
hijo de Niño Jero, y futuro gran artista), y los jaleos de
Luis y Ali de la Tota. Escuchando “Aguamarina” uno piensa
lo lejos que podría haber llegado esta rumba de haber sido
promocionada a gran nivel, pero a pesar de la intensidad que provoca
en el auditorio dicho tema, se hace difícil elegir cual fue
el mejor momento de la actuación de Cepero y su grupo. Hay
quien dice que el flamenco realmente es una forma de jugar musicalmente
con el silencio, en caso de ser así Paco estaría bastante
acertado. Desde un punto de vista personal, más que reseñar
un momento exacto y cuantificable de su actuación, me quedaría
con aspectos destacables en su forma de ejecución que es
realmente donde se percibe la auténtica personalidad del
artista. Instantes que provocan silencios que suenan. Si hubiera
que elegir un momento, escogería un instante de soledad y
oscuridad en que las manos del tocaor emulan la voz de Pastora mediando
el pasado siglo yéndose “a la sierrecita” por
seguiriyas de Manuel Torre. En ese instante fue cuando terminé
de comprender quien es Paco Cepero y por qué Caracol le escogió
en Algeciras para sus Canasteros. Creo que más no puedo decir
al respecto.
Fotografías: Rafael Manjavacas
Entrevista: PACO
CEPERO – «Me doy cuenta de que me faltaba algo, que era tocar
solo la guitarra»
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Madrid.
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del XI Festival Flamenco Caja de Madrid – 2002.
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