Los jóvenes artistas ofrecieron en La Puebla de Cazalla un emotivo y esperado recital en el que pusieron al público en pie con la jondura de sus ecos y sus prometedoras maneras.
Texto: Sara Arguijo
Fotos: Rufo
A la entrada del pueblo una señal nos da la bienvenida con tres palabras –flamenco, arte y naturaleza- que, a modo de eslogan, resume los pilares fundamentales sobre los que se asienta La Puebla de Cazalla y que, sin saberlo, marcarían el camino físico y emocional de un domingo que no iba a ser cualquiera.
Primero porque no todos los domingos los aficionados activan las alarmas de sus despertadores para coger el coche y acudir a un recital en muchos casos a cientos de kilómetros. Segundo porque tampoco es habitual reunir a más de 500 personas a la una del mediodía en un concierto benéfico en el último día de la semana. Y, tercero, porque aún lo es menos que un encuentro así acabe con la totalidad del público en pie, entre conmocionado y encendido.
La razón un cartel cuyo título, Renuevo del Cante Viejo, tomaba el nombre del disco que José Menese publicara en 1970, tal y como explicó en su presentación la periodista Carmen Arjona, para reunir¬¬ por primera vez en el mismo escenario a tres jóvenes que, sin haber cumplido la mayoría de edad, son para muchos la esperanza del flamenco que se presenta libre de adjetivos adicionales. Tres nombres, los de Pepe el Boleco (La Puebla de Cazalla), Alonso Núñez El Purili (La Línea de la Concepción) y Manuel de la Tomasa (Sevilla), que llevan meses en la boca de la afición por lo impropio de sus ecos y la prometedora carrera que auguran sus jondas -y anacrónicas- maneras.
En ese ambiente de expectación y curiosidad arrancó la tarde con los tres artistas sobre las tablas, acompañados de las impecables guitarras de Rubén Lara y Antonio García y el compás de los Hermanos Gamero, y detrás de una suerte de pupitre que recordaba el dato que hacía más extraña la hazaña.
Así, desde el principio y a lo largo de un repertorio en el que juntos iban intercalando letras por soleares, tangos, seguiriyas, fandangos, cantes de levante, tonás o bulerías, los artistas mostraron un absoluto respeto al flamenco, unas contagiosas ganas de aprender y empaparse los unos de los otros. Fue mágico comprobar la competencia sana, advertir cómo indagaban en sus recursos y verlos buscar sus propios matices. Por eso, emocionaron hasta en sus imperfecciones y preferimos olvidar sus muchos referentes y simplemente disfrutar de lo que venían a ofrecer. Del salvajismo y la profundidad del Boleco, del gusto y la elegancia del de la Tomasa y de la serenidad y la gracia natural del Purili. Flamenco, Arte y Naturaleza, nos habían avisado.
Por supuesto, ahora queda mucho por construir pero ojalá -pensamos- dentro de 25 o de 50 años podamos verles de nuevo igual. Con la misma frescura, con la misma ilusión, con la misma fuerza. Aunque entonces sea un encuentro de viejos con cantes nuevos.
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