El ayer y el hoy. Rancapino padre, Rancapino hijo

Rancapino padre

Rancapino padre

Texto: Sara Arguijo
Fotos: Antonio Acedo

Torre Don Fadrique Lunes, 14 de septiembre. Septiembre es flamenco

Primera parte. Cante: Alonso Núñez, Rancapino Chico Toque: Antonio Higuero Palmas: Tate Núñez y Cepa Núñez Segunda Parte. Cante: Rancapino Toque: Miguel Salado Palmas: Tate Núñez y Cepa Núñez 

La humildad del cante

Rancapino, el del ayer -o mejor, el de siempre- representa esa voz añorada que es un puro grito de supervivencia. Es de esos cantaores a los que uno siempre quiere escuchar y frente al que no caben los reproches. Su voz ronca desarma, su eco suena a vinilo y su lucha con el cante suscita inevitablemente una empatía casi inconsciente. Como la que generan los antihéroes de las películas o, en general, toda persona que se mueve por la vida con humildad.

Tiene la garganta llena de matices y emociona como hizo este lunes en la Torre de Don Fadrique con una expresividad que no entiende de imposturas. Su malagueña acaramelada y serena, sus profundas soleares, sus seguiriyas cortas y sus bulerías impregnadas de naturalidad enseñan a entender el flamenco de otro modo. Dando una lección de que a lo mejor todo puede ser más fácil de lo que parece.

Además, el chiclanero tiene carisma. Da igual las veces que haya contado la anécdota de cuando Chano Lobato lo bautizó como El Robert Reford de África porque se ríe con las mismas ganas y el público –claro- se entrega. ¡Qué importante es el sentido del humor para defenderse de la vida! ¡Cuánto nos hace falta reírnos de nosotros mismos! 

Su hijo comparte con él hasta las hechuras. Roza los tonos y nunca alarga los tercios de forma gratuita. Le gusta regustarse y encogerse para rebuscarse. Por eso, suena a añejo. Brilló especialmente en los fandangos caracoleros y en las alegrías que ejecutó despacito y a compás, arrastrando la sal de la bahía. Luego sus tangos dulces hechos canción y las bulerías en las que se acordó de Camarón. Es cierto que no es cantaor de gran repertorio y que necesitará tiempo para encontrar su propio sitio. Pero, tiene poso y gusto.

Un recital, al fin de una “historia y leyenda”, como gritaron desde el patio de butacas, de un tiempo de fatigas. Y de una promesa de hoy que transmite como pocos formas que costará encontrar mañana. Un padre y un hijo que apoyados hombro a hombro, como hicieron en la ronda inicial por martinetes, son capaces de afrontar cualquier batalla.


Salir de la versión móvil