Texto: Sara Arguijo
Fotos: Adam Newby
Teatro de la Maestranza. 21 de noviembre de 2015
Espectáculo: Parque de María Luisa Guitarra: Rafael Riqueni Segunda Guitarra: Fity Carrillo Violín: Burno Axel y Alan Andrews Viola: Gonzalo Castelló Violonchelo: Gretchen Talbot Flauta/Saxo: Gautama del Campo Pieno: Chiki Cienfuegos Contrabajo: Manuel Calleja Batería/Percusión: Luis Amador
Las ganas de amar
El Parque de María Luisa es el refugio. El pulmón verde que oxigena a la ciudad asmática. El jardín donde habita la memoria sentimental de los sevillanos: la fiesta por el paseo de domingo, la celebración de la luz, el pan duro para los patos, el descubrimiento, la conciencia de lo que pequeño que somos, el miedo a perderse, la mano abierta al mundo, el agua que fluye. Un paisaje romántico, sombrío, claro, misterioso, pacificador, decadente, majestuoso, barroco, clásico, charlatán, solitario, soñador, vanidoso, tímido, superviviente… que encierra las sevillas pasadas y las que aún no existen. Como la guitarra de Rafael Riqueni.
Definitivamente lo que nos ofreció el artista el sábado fue una delicatesen. Un concierto evocador de la que puede ser la banda sonora del paisaje compartido. La reconciliación con la Sevilla que todos queremos.
Las diecisiete piezas de la primera parte del recital, que da nombre al nuevo disco de Riqueni y al espectáculo, invitaban a un paseo por la vida misma. Con la delicadeza y la exquisitez de sus seis cuerdas el compositor no sólo nos hizo cómplices de sus recuerdos y su universo sino que invocó el nuestro propio, llevándonos a beber a la fuente de la niña, a coger rosas en un trémolo que desató una enorme ovación entre el público y llenando, al fin, el teatro de palomas.
Si hay un guitarrista que sepa recoger en la yema de sus dedos los cinco sentidos ése es Riqueni. Su sonanta nos hace saborear, oler, tocar, mirar y oír lo que a veces se nos pasa desapercibido y advierte –con humanidad y mirada inocente- de lo que verdaderamente importa. Como hacen los niños cuando, sin saberlo, nos obligan a pararnos a elogiar el canto de un pajarillo, por poner un ejemplo.
Y después de este paseo, sus ‘Vivencias’. El flamenco del “que nunca me olvidaré porque es mi raíz”, dijo, y que llevó a algún espontáneo a gritar “qué alegría verte aquí Rafael”. Un programa de taranta, rondeña, tangos, fandangos, bulerías, tema de amor y una espectacular soleá que merecería por sí misma toda una reseña. “¡Cómo puede decir tanto una guitarra!”, decían en las butacas.
Vimos, así, al concertista creador que agarra el instrumento cómo si al colocar los dedos para cada nota estuviera además apresando su existencia. Y también al dialogante, director de orquesta, virtuoso, acompañado por cierto de magníficos músicos.
En definitiva, una guitarra que habla de nostalgias y ausencias pero también de ilusiones y de anhelos. Y que, desde luego, nos encendieron las ganas de amar.