Uno va a la suma flamenca como el que va a un master, dispuesto a aprender así que lo primero que haces es elegir las materias, esos conciertos que te faltan por experimentar. Por el camino un puñao de amigos te preguntan qué es lo que hay que ver y dependiendo de cada quién le envías con urgencia (porque las entradas vuelan) a Pepe Habichuela, a Gerardo Núñez, al cante o al baile. En la ecuación priorizas las cosas que más interesan en esta página, los artistas por conocer o reconocer… y cuando parece que has encontrado la cuadratura del círculo tu pareja se ha quedado sin entrada. ¡Glups!
Llegas al entrañable teatro de la Abadía y te saludan los colegas a los que has recomendado el concierto de Yerai, saludo a Pepe Habichuela que sigue alimentando su espíritu con el talento de los mejores. Cuando te sientas descubres que ese espectáculo ya lo has visto hace un año en el Miradas Flamenkas de Vallecas pero no importa. Yerai es uno de esos músicos que se presenta renovado, cada vez, que retransmite felicidad y buen rollo. Además en el último año le ha pasado de todo incluidas unas vacaciones forzosas con una mano escayolada. ¿Quién se imagina a un guitarrista así? Desmadejado y “desmanejado”. En unas semanas se estrena el documental sobre su vida que ha dirigido C Tangana. Decíamos ayer que las cosas cambian. C Tangana no es la primera estrella que hace POP que se lleva de gira a un guitarrista flamenco (lo han hecho Mecano, Rocío Jurado, Manolo García y un larguísimo etcétera) pero Pucho si es el primero que casi se arruina por llevar a un montón de flamencos.
Sale Yerai a escena rodeado por el coro de seis mujeres vestidas de blanco y el personal exhala una exclamación. Hoy la media de edad ha bajado una década. Las luces forman un espectáculo expresionista, Yerai canta sin micro pero canta, es una canción que parece sacada del folklore de una película de Almodóvar. De repente se va la luz pero siguen las sonrisas a oscuras. Volvió a sonar el “anda jaleo” un detalle, un eco del estribillo original.
El espectáculo apenas ha cambiado en su estructura, las canciones son las mismas pero todo parece más sólido, menos casual. La aparente ligereza del toque de Yerai contrasta con el efecto en el respetable a punto de alcanzar la euforia, algo inédito en un concierto de un solista de guitarra desde que se fue Paco Ya-sabes-quién.
Yerai toca de frente y de espaldas a los focos y el concierto finaliza en un santiamén, como el que se bebe un vaso de agua fresquita en un día en que tienes mucha sed. Pim-pam. Un bis y a casa. Me encuentro con Jorge Biancotti, camarógrafo de los grandes momentos de Casa Patas y me recuerda que cuando llegó a Madrid muy joven, Yerai era el que sostenía el cuadro flamenco. Ya entonces era un faro. Luego llegó Rocío Molina que le hizo el compás a ritmo de petazetas y ahora sin chicle ni escayola parece que su futuro es infinito. ¡Amén!
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