“PINOCCHIO” Ciclo Momentos para la Danza |
Texto: Manuel Moraga MADERA DE GENIO Es sobradamente conocida la carrera de Rubén Olmo el mundo profesional de la danza flamenca, pero su talento artístico no está todavía suficientemente valorado por la afición y menos aún por el gran público. Pero la fecundidad creativa de este artista terminará por llevar su nombre junto al de los más grandes. En sólo unos cuantos meses, este sevillano ha pasado de representar la seriedad honda de Belmonte a contar la conocida historia de la marioneta de madera llamada Pinocchio. Así de versátil y prolífico es este artista. Si difícil era el anterior proyecto, más complicado debía ser, a mi juicio, dar vida a los personajes de Collodi por tratarse de un argumento universalmente conocido y, por tanto, más sujetos a clichés personales. En este sentido, el planteamiento de la obra, su óptica, es decisión fundamental para el éxito del proyecto. Y ese es justamente uno de los aciertos del montaje. Rubén Olmo ha construido su historia a base de poesía, y ese elemento es el más difícil de dominar, pues no es tangible, no admite medida y menos aún posibilidad de manipulación. La poesía es fruto del talento creativo del director sevillano. El Pinocchio de Rubén Olmo está lleno de imaginación. Su baile explora todas las posibilidades expresivas del movimiento de la marioneta: goloso reto para cualquier bailarín inquieto. Su genialidad interpretativa queda demostrada a la hora de dibujar su personaje y queda complementada con la capacidad para manejar al cuerpo de baile, algo cada vez más difícil de ver, por cierto. La escena de los títeres, por ejemplo, es sencillamente deliciosa. Narrativamente, la obra tiene solidez. La selección de escenas, su ensamblaje escénico-dancístico, las transiciones y el ritmo están realizados con talento e inteligencia y sólo encuentro tres momentos que, en mi opinión, no están a la altura del resto de la obra: el inicio –los primeros minutos están resueltos con menos brillantez y uno se resiste a entrar de lleno en la diégesis-, el recurso de la carta de Geppetto en la pantalla –que además de no descifrarse con claridad cae en el lugar común de la lágrima, incluso aunque ésta quiera desempeñar una función metafórica- y el final: demasiado plano y quizá carente de la genialidad que la inercia que arrastra la obra parece reclamar. Y aquí termina el capítulo de crítica. Todo lo demás es digno de elogio: el conjunto de los elementos trabajan por la progresión y el clima poético que envuelve la obra. Los efectos sonoros desempeñan un papel dramático primordial y la música es soberbia, logrando conectar los códigos flamencos con el planteamiento que Rubén Olmo ha querido dar a su Pinocchio. Un Picocchio que interesa, emociona y sorprende. Cuando alguien es capaz de llevar su idea a cada uno de los múltiples elementos que conforman la obra, y es capaz de hacerlo de la manera que lo hace, significa que además de ante un buen artista, estamos ante un gran director. Porque Rubén Olmo es mucho más que un “bailarín/or y coreógrafo”, como se suele decir para elevar la categoría del personaje: es un inmenso bailarín/or, un enorme coreógrafo y un director artístico genial. Rubén Olmo ha nacido para el baile y más pronto que tarde está llamado a dejar su impronta en el mundo de la danza flamenca. Con Pinocchio, Rubén Olmo deja patente su madera de genio. |