Espectáculo «El barranco de los negros» – Pedro el Granaíno, cante, Antonio Patrocinio, guitarrista, Luis Dorado y Joaquín González, compás. Festival Suma Flamenca – Teatro de la Abadía 15 diciembre 2020
Busco en internet “El barranco de los negros” y me cuentan que eso está en el Sacromonte en Granada, cuna y refugio de personajes legendarios. No hay más explicaciones sobre el título del espectáculo de Pedro El Granaíno y no hacen falta porque Pedro no va buscando argumentos fuera del cante, es un flamenco de voz grave de los que buscan el pellizco, de esos que confiesan su admiración por Camarón y por Morente. Normal para alguien nacido en 1973.
El teatro de la Abadía tiene aire litúrgico y salió el artista de la sacristía (perdón, el camerino) con la misma letra con la que Enrique Morente culminaba la suite “Guernirak” por seguiriyas: “Mi ropita yo la vendo ¿Quién me la quiere comprar?”.
Escrito así no parece gran cosa. Hay que escucharlo para sentir la brutalidad de los mensajes: “…como la vendo/ por poquito dinero/ por tu libertad/ mi ropita yo la vendo…”. El Granaíno hizo lo que muchas veces hemos soñado, empezar el concierto en el mismo lugar donde lo dejó Morente y lo hizo construyendo el cante con una voz propia
sin buscar ronqueras ajenas.
Por ese camino le salió el Camarón que lleva dentro sin dejar de pensar en Morente, como si se tratara de conciliar algo que los aficionados vivimos como dos estilos musicales distintos que te iluminan partes del cerebro diferentes. Y sin embargo, hay un grito común que iguala a Morente y Camaron y que aparecía muy de tarde en tarde, nunca en un estudio de grabación, siempre en directo, probable producto del mismo desconsuelo.
Sonaron versos de la “Leyenda del tiempo” y de Lorca pasamos a mirar a la Alhambra y a pensar en la tristeza del moro desde El Barranco de los Negros. De ahí a la misa flamenca sin humo y sin incienso que esos detalles escénicos van por cuenta de la parte contratante de la primera parte (osea el teatro) y de ahí al recuerdo de Joaquín el de la Paula que recuperó Juan Talega.
De la soleá a la bulerías y al asombro de las manos del guitarrista Antonio Patrocinio que hizo lo que hacen algunos bailaores contemporáneos, insinuar el compás sin marcarlo y sin salirse del sitio. Un juego que es muy delicado al oído del cantaor que enseguida busca matices y quiebros para gozo del personal que estuvo a punto de aplaudir al guitarrista como si se tratara de un concierto de jazz.
No se hubiera roto el encanto. Cada día se escuchan más ¡oles! en los conciertos de jazz y en el flamenco se va mitigando los jaleos dependiendo del ambiente. Y así llegamos en perfecta armonía y entre sonrisas hasta el final del concierto. Con un poquito de Camarón (a la luz del cigarro) y con Morente en el chaleco. Sonaron las “Cuatro lunas” y el “Requiem” que ha grabado con Vicente Amigo. Ahora le falta lo de grabar un disco con su nombre, pensar un concepto como Morente o dedicarse a cantar y grabarlo, como Camarón. En cualquiera de los casos ya saben que ahora lo de los discos es como lanzar una moneda al aire. Ni cara ni cruz. Siempre se va por la rendija, pero es la única manera que tenemos de saber si se quiere pasar a la posteridad. El concierto se fue en un suspiro y eso es una señal magnífica acompañada de un público entregado a la causa.
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