Espectáculo: Máquina de bulerías. Elenco. Baile: Pastora Galván. Cante: José Valencia. Compás y baile: Bobote. Colaboración: Israel Galván. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: Jueves 16 de mayo de 2019. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
A Pastora Galván se le derrama el compás por los pies y le rebosa la gracia por las caderas. Desde el escenario desprende con sus manos descargas de energía y concentra en su mirada la sabiduría de muchas viejas. Por eso, consigue que el público no le quite ojo de encima y aplauda con igual entusiasmo cada uno de sus empaques. A pesar de lo arriesgado de una propuesta que se sustenta únicamente en la bulería, sin cambios de escenografía ni vestuario y sin más acompañamiento que la voz y las palmas, de los más grandes eso sí.
Es decir, lejos del barroquismo y la pompa al que nos tiene acostumbrados, aquí la artista pone el eje en el trabajo de su cuerpo y en la ejecución de coreografías que son un despliegue de técnica y recursos y también de pasiones que la llevan al límite. Así, Pastora Galván utiliza la bulería como el palo aglutinador de todo el universo flamenco recorriendo durante una hora todos su ritmos y estilos, desde su faceta más frenética a la más tediosa, de la más profunda a la más sensual, de la más alegre a la más triste.
De hecho, esta ‘Máquina de bulerías’ nos traslada a esas fiestas eternas en las que, de modo robótico, se entra en bucle y se va cantando y bailando mientras unos a ratos se divierten y a ratos se despistan o incluso se duermen. Y, recreando este ambiente, la sevillana, con la musicalidad de los jaleos y las palmas de Bobote, el compás y el criterio de su hermano Israel Galván -director artístico de la obra- y la voz soberbia, rigurosa, inteligente y absolutamente impetuosa de José Valencia, cantaor que se situó como el pilar fundamental de Pastora en el espectáculo y que desató vítores continuos entre el público, jugó y comprometió desde la naturalidad de sus formas, su carnalidad y la pasión. “¡Qué arte, miarma! ¡Qué barbaridad! ¡Qué sana está!”, decían desde las filas de atrás.
En definitiva, y a pesar de que la obra es todavía más una idea o un experimento, la Galván volvió a encantar a un público por bailar como es y como son pocas. Poderosa, divertida, excesiva, apasionada y arrolladora. Como una Beyoncé de lo jondo.
Fotografías: Remedios Malvarez
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