Pastora Galván, José Valencia, Juan Requena
Antológica gala del Festival del Círculo Flamenco de Madrid en el Corral de la Morería
José Manuel Gómez Gufi
José Valencia es uno de esos cantaores que merece la pena seguir y escuchar con todos los sentidos porque esos -los sentidos- te los devuelve multiplicados. Ahí es donde el flamenco practica la cultura del esfuerzo, esa que requiere tanta fe como entrenamiento. Tiene Valencia un eco antiguo en la voz que recuerda aquello que nos contaban nuestros mayores sobre los “soníos” negros y la jondura. A su lado Juan Requena a la guitarra aporta detalles del buen compañero que ni levanta la voz ni se exhibe hasta que el concierto exige candela y entonces saca recursos de la caja, de la uña y de la cuerda y te quedas ahí esperando la moviola a ver si pillas qué es lo que ha hecho y de dónde ha sacado ese sonido y te quedas con las ganas porque no hay repetición.
Salió Pastora retando al silencio, aguantando los tacones amarrados a las tablas con el gesto duro y concentrado y los brazos colocados en posición cubista (ya saben que es hermana de Israel Galván y eso presupone tendencia a la deconstrucción de elementos). Reconocemos gestos comunes en los hermanos Galván como reconocemos rasgos familiares en las grandes sagas del toque y del cante. Sin embargo Pastora se deja llevar por los arrebatos, algo difícil de evaluar en Israel que, hasta donde lo conozco, da la impresión que se ha pensado casi todos sus bailes.
Entre tanto, daba la impresión de que era José Valencia el encargado de deconstruir las palabras ya fuera en las seguiriyas o en la malagueña de después en la que se entonó con aires y aroma de incienso y catedral.
Había buen ambiente entre el público del Corral de la Morería que jaleaba con tino a los artistas hasta que salieron los profesionales Perrete y Manuel Tañe. Al calor del compás entendimos alguna copla “si tú eres veleta, yo soy el aire” y volvió Pastora por soleá con un traje negro de flecos. Se anunció Valencia por tientos/tangos y luego se quedó Juan Requena con su guitarra haciendo un solo por el lado tradicional, ya sé que lo hacía Paco de Lucía en los escenarios y que es la costumbre, pero un tablao es un lugar tan bueno para estrenar una composición de cualquier palo. Sea como fuere, el caso es que quedaba la despedida por bulerías, porque fueron muchas y todas “güenas”. Salió Pastora con una bata, como de andar por casa, con muchas capas y muchos lunares y para rematar la cosa conceptual, sin tacón y con zapatilla plana. Y la fiesta comenzó a la antigua y sin guitarra (que ya sabemos que los guitarristas son muchos y son muy güenos pero, a ratos nos merecemos un descanso). Puro compás con Valencia a punto de caramelo y Pastora en estado de éxtasis bailando como los antiguos habitantes del barrio de Triana en aquellos bailes con muy poca vergüenza que se grabaron en la película documental “Triana, pura y pura” y en algún capítulo de “rito y geografía del cante” rodado en Jerez.
Y fue ahí donde vimos a Pastora, tirando las zapatillas con descaro, arremangándose la falda y los entresijos y moviendo el bullarengue como los antiguos en un baile de esos que los obispos han excomulgado en todas las épocas y latitudes. Y estamos en esas batallas como de otro tiempo y entonces Pastora hace el gesto del toro, saca ambos dedos índices como si fuera el astado de un bicharraco y pega un testarazo al aire, para que se sepa que “nos ponemos contemporáneos en el mismo sitio y lugar donde nos acordamos de los abuelos y especialmente de las abuelas”. Ahí es donde sabemos, ciencia cierta, que el flamenco está vivo.
Fotos & video: @Manjavacas.flamenco