Espectáculo: Sinda. Baile: Pastora Galván. Guitarra y cante: María Marín. Coreografía y dirección: Israel Galván. Fecha: Martes 27 de septiembre. Lugar: Teatro Lope de Vega. Bienal de Flamenco de Sevilla. Aforo: Lleno.
De la gracia a la broma pesada. De lo cómico a lo ridículo. De lo pausado a lo monótono. De lo interesante a lo banal. En la recreación de estos límites débiles y complejos, que tanto observamos en la obra de Israel Galván (su director y coreógrafo), se mueve ‘Sinda’, la propuesta que une a Pastora Galván y a María Marín en un intento de “escuchar las imágenes y mirar el sonido”, que dice el programa de mano.
Así, se pasa la obra sin que sepamos muy bien si reír o llorar (de risa o de pena) porque de nuevo lo que encontramos es un intento de engarzar dos personalidades artísticas que no tienen nada en común, más allá de la supuesta herencia flamenca, y que tampoco parece que aspiren a entenderse. De hecho, a veces pensamos que si la una se calla la otra podría seguir moviendo igual su cuerpo porque es de dentro, y no de lo que oye, de donde sale la música que le remueve las caderas.
Es decir, en una escena vacía y con un enfoque minimalista, vemos a un lado a la guitarrista clásica, cantante y trovadora María Marín interpretando un repertorio que incluye piezas de Mozart, Dionisio Aguado, George Crumb, León y Solano o Goran Bregovic. Y, al otro, a una Pastora Galván a la que el baile (que el público que había llenado el Lope de Vega estaba deseando de ver) se le escapa por las pestañas.
Los dos siguen cada una a lo suyo casi hasta el final cuando se acercan en un diálogo juguetón e infantil que inician con las bulerías marcadas por Marín entre onomatopeyas, el baile de Galván con un pañuelo pequeño con el que acaba sonándose los mocos y que acaba hecho trizas; o el número final en el que la sevillana sigue el juego a la de Utrera, que recita la historia del niño cantor, recordando ambas a los titiriteros, que entretienen al respetable entre lo patético, lo absurdo y lo cansino.
Lo más destacable, sin duda, es el trabajo teatral de Pastora –que arrancó los oles con la copla ‘Señorita’- y el ejercicio de contención al que somete su cuerpo en dos de los momentos más interesantes de la noche: el martinete y los caracoles, que ejecuta sentada con una original coreografía que lleva el sello de la casa. También el mérito de sostener una obra desconcertante que es una suerte de oda a la paradoja y que produce el mismo cabreo que cuando de niños algún adulto guasón te sometía al eterno bucle del cuento de la buena pipa.
¿Quieres que te cuente el cuento de la buena pipa? Sí. Que no te digo ni que sí ni que no, sino si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa. No. Queeee noooo teee digo ni que sí ni que no…. Pues eso.