Ahora que parece que refresca y que hay varios flamencos sacándole coplas al cambio climático y la calor que hace en Pamplona, te das cuenta del contenido apocalíptico del cartel de la décima edición del festival navarro que este año se titula “Alzapúa” en honor a la técnica flamenca de tocar con el dedo gordo. No me hagan mucho caso que uno va cortito de terminología guitarrera. Así que si quieren saber más escuchen y lean a Norberto Torres que es una eminencia en el asunto.
Suelo contar que este festival ha renovado la manera de escuchar flamenco. Por ejemplo, un ratito después de enviar esta crónica me voy a uno de los balcones de la plaza del chupinazo a escuchar flamenco. Cuenta la leyenda que los flamencos no madrugan ni con el cante ni con todo lo demás. Mentira y gorda. Ayer me perdí a las 12 de la mañana el miniconcierto de Antonio Reyes, me cuentan que estuvo bien y sabemos que la noche anterior estuvo mejor (con la sinfónica y con Alfredo Lagos). Hagan las cuentas: el cantaor estuvo magnífico en el Baluarte y se fue a cenar después de un concierto épico de esos que a los artistas les cuesta digerir; total que no llegó a la cama hasta las tantas de la madrugá y con las misma a desayunar, a calentar la voz y a dar el chupinazo a las doce del mediodía. Así vive un trabajador de la cultura en el festival y quizá por eso entona con una pena muy grande la taranta que cuenta lo de “madrugar y trasnochar que a la mina no voy más”.
Cuando llegué al balcón del hotel La Perla en la Plaza del Castillo, hacía un calor de justicia y estaban todas las sombras ocupadas por pequeñas multitudes en busca de cante y escalofríos (el mejor refrigerio posible dadas las circunstancias). Sin embargo no fue el mejor día ni el lugar para escuchar a El Potito, un cantaor que debutó siendo un niño de la mano de Paco de Lucía y que formó parte de una de las bandas legendarias de nuestro jazz-flamenco, la de Jorge Pardo con el que grabó el disco “Veloz hacia su sino” que ahora nos parece una obra maestra y en aquellos años noventa, también.
No hay mucha gente reivindicando lo del nuevo flamenco, ahora se lleva lo viejo así que, con el sofoco a cuestas, nos fuimos hasta el Nuevo Casino que como es tan viejo no le pueden poner aire acondicionado. Armados con abanicos nos sentamos delante de seis copas de vino de Jerez de la mano del orador José María Castaño que nos enseñó una palabra nueva: “sinestesia” (unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, como en soledad sonora o en verde chillón). Es decir por un lado el vino y por el otro el cante. Castaño recordó la sentencia de Fernanda de Utrera en las que contaba que las juergas flamencas duraban lo mismo que el puchero y el vino y… podemos añadir que si estaba Ava Gardner en el ajo se seguía en la casa de la actriz hasta que llegaba la policía, Perón o Frank Sinatra.
Mijita y Antonio Higuero empezaron por bulerias para abrir boca. Y así el público se fue entonando mientras los trabajadores del toque y el cante sudaban la gota gorda a palo seco. Me dicen que luego se sacaron la espina con un gran concierto en el Palacio de Ezpeleta. No se puede estar en todo, pero se intenta. Un rato después Tomatito ofrecía un recital en el baluarte con su grupo habitual. Tomatito es una leyenda que tras la muerte de Camarón se tuvo que reinventar apoyado por su paisano Alejandro Reyes que le animó a presentarse en el colegio Mayor San Juan Evangelista (el Johnny). Desde entonces Tomatito ha demostrado su personalidad; tomó un nuevo impulso al asociarse con el pianista dominicano Michael Camilo que le permitió volver a tocar, mano a mano, con un artista superlativo. Ya saben que después de estar con Camarón todo te parece poco.
Con la cabeza llena de guitarra el siguiente paso era disfrutar con la Kaíta en el hotel 3 Reyes, otra mujer de leyenda que estaba fuera de los circuitos pero muy presente en el corazón de los aficionados, empezando por Camarón. Luego participó en las película de Tony Gatlif (Vengo y Latcho drom) y desde entonces aparece más en público de la mano de uno de los grandes de la guitarra: Miguel Vargas. No es una artista para todos los públicos, ni para todas las ocasiones. A mí, ayer, me tocó perder. Así que cuando me quedé con la sensación de que no entraba en su mundo, cuando te parece que grita mucho o que es una cantaora anárquica… me fui a tomar el aire que parece que refresca.
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