Guitarra: Paco Cepero, Miguel Salado, José Ignacio Franco.
Percusión: Carlos Merino. Palmas: Ali, Luis de la Tota.
Su guitarra arrastra, enamora, hace
soñar…
Ya suena el bordón y sabe a Cepero. El picado a
cuerda pelá, ese soniquete que es la sintonía de un
“Corazón flamenco”. Sevilla está de fiesta
y los puyazos de la guitarra de Paco se escuchan por los rincones,
se huelen. Redondos y secos se clavan como aguijones, recortaos,
potentes, seguros, sencillos.
El Centro Cultural El Monte se acuerda de él y se lo trae
“para los amigos”. Cepero se entrega y ofrece un concierto
íntimo, como en el salón de su casa. Toca con firmeza
y juega con los silencios cortándole la respiración
al respetable que espera ansioso la nota. Se emociona, se gusta
él mismo y disfruta. Se pasea por las cuerdas sintiendo la
vibración en las yemas, en la piel, en el alma. Toca suave,
arremete en el momento justo, juega con la pulsación y el
volumen de su guitarra. Cepero es un mago.
Foto: Estela Zatania
Dos guitarras de acompañamiento, palmas y un cajón.
Todos discretos, sin robarle el protagonismo al artista y creando
una base rítmica sobre la que Cepero se luce. Siempre melódico,
pero jondo, con sabor. Sin filigranas que asusten, pero con una
técnica depurada y segura. Su guitarra arrastra, enamora,
hace soñar.
Un concierto íntimo, como en
el salón de su casa
Coge el compás por tangos y la guajira es un caramelo.
Se busca y llega la negrura de la seguiriya, el lamento, el llanto
en los tiraíllos, en el arpegio mínimo. Duele el bordón
y la Lola se va a los puertos. La Niña de Fuego enciende
la sonanta, después se alivia Cepero por rumbas y el mástil
se le queda pequeño. La bulería lleva su sello y Cepero
lo sabe. ¡Qué maestría! ¡Qué gusto!
Por sevillanas, ¿por qué no? Pica y demuestra que
no anda sólo por lo tejaos de la bajañí: prima,
segunda y tercera también llevan su apellido. Soleá
cortita y certera, directa al corazón; bulerías recortás;
la colombiana y destempla el bordón para tocar otra vez por
fiestas tapando las cuerdas antes de que se rebelen, regodeándose
en el contrapunto, robándole espacios al tiempo y dejándose
las uñas en alzapúas vertiginosos que rematan bien
la faena. “Aguamarina” para terminar. Sabor, mucho sabor.
Eso es lo que tiene, que no es poco.