Triunfal noche del cante, del toque y del compás
Pansequito entra en el escenario con el mismo porte que en la taberna de la esquina, te vuelves y piensas: “ese tipo va por la vida así sacando pecho, orgulloso de lo que es”. Fue sentarse y dejarlo claro: “Hacemos flamenco” dijo y arrancó a cantar por alegrías con El Perla a un lado y un triunvirato de palmeros, disfrutadores del compás: Manuel Valencia, el Tobalo y Manuel Cantarote fácil de distinguir por los cuidados capilares, uno con barba de diez días, el otro con los bigotes apuntando al cielo y el tercero con barba hipster recortada al cuadrado. Detalles nimios si lo comparamos con lo que son capaces de hacer con las manos, en un momento te han trasladado a la Bahía de Cádiz y cuando estás así, ronroneando, se van y te dejan en soleá.
Sales del teatro con la sensación de que te han dado una paliza emocional de las de aúpa, primero el cantaor que les cuento y luego esa mujer, Aurora Vargas, que cuando levanta la voz se la escucha en todo el barrio. En medio el Perla, misma-mente, el mimo triunvirato y una sensación radicalmente distinta. Parecía un duelo legendario. “Se pelean en mi mente” que dijo Camarón y todo parece una película para que se sepa cómo es El Perla, sutil y delicado con Pansequito, atento a la voz y a la letra que el cantaor cambia a voluntad con versos que son de los de aquí de toda la vida, ensamblados con los versos de allá, de los de siempre, y nos los muestra engarzados por El Perla y el compás de los palmeros. Desapareció Pansequito entre cajas del teatro a refugiarse del torbellino con la satisfacción del deber cumplido y la promesa de aparecer a saludar, o lo que sea.
Volvemos a eso del torbellino, Aurora Vargas que se anuncia por tientos y cuando llega a los tangos se arrebata y le salen ángeles y demonios y lanza los brazos y se arremanga las faldas y le salen los bailes “de-la-poca-vergüenza” y canta sin micro-ni-ná ¿pa qué? si se escucha en el barrio entero. Luego se vuelve a sentar con la respiración entrecortada, bebe un buchito de agua y se pone a cantar por seguiriyas. ¡Cómo canta esa gitana por seguiriyas! Les cuento mi secreto, cuando escucho cantar de esa manera cambio (en mi mente) al que canta por un negro con un saxo. El negro tiene nombre, se llama John Coltrane toca el saxo tenor y yo cierro los ojos y lo escucho con La voz de Tío Borrico, de Duquende o de Aurora Vargas.
De perlas. Ahí sigue el tocaor de antes echando leña al fuego de la Vargas, con la misma carita de chico bueno y distinta actitud que si ustedes-vosotros fueran o fuesen punkis, la guitarra acabaría echando humo (con Jimi Hendrix) o hecha astillas (con Los Clash). Pero los flamencos no son así, no se han educado en eso y las guitarras son sagradas. Estamos en los saludos, el éxtasis y eso. La Vargas le hace un gesto a Pansequito que está entre cajas para saludar y dar por cumplido el contrato. Pero la Vargas no sólo quiere compartir los aplausos, quiere esa voz y quiere fiesta y Panseco (que ya tiene una edad) “arrodea” al triunvirato, se coloca enfrente de La Vargas y se arranca a cantar unos versos que sitúan a la cantaora en la cava de los gitanos (Camarón dixit) y Panseco se arranca a bailar por la gloria de mi madre y de todas las madres… Y sales del teatro feliz y con el cuerpo hecho trizas. Amén.