Espectáculo: Nocturna. Arquitectura del insomnio. Dirección y coreografía: Rafaela Carrasco. Dramaturgia y letras: Álvaro Tato. Baile: Carmen Angulo, Carmen Coy, Alejandra Gudí, María Carrasco, Julia Gimeno, Cristina Soler, Blanca Lorente, Magdalena Mannion y Rafaela Carrasco. Dirección musical y composición: Pablo Martín Jones, Pablo Suárez. Versiones piezas clásicas: Marta Estal. Música grabada: Piano Marta Estal y Pablo Suárez. Voz en directo cante flamenco: Gema Caballero. Espacio sonoro: Pablo Martín Jones. Fecha: Domingo, 26 de febrero. Lugar: Teatro Villamarta. Festival de Jerez. Aforo: Lleno / Galería fotográfica por Ana Palma
En ‘Nocturna’ todo tiene sentido. Se entiende, y se visualiza, esa exploración dancística, musical y poética en torno a las alucinaciones, ensoñaciones, fantasías o terrores de la noche, que promete el folleto. Y absolutamente todo lo que forma parte del proyecto (vestuario, escenografía, composiciones, textos, coreografías e iluminación –exquisita y casi un personaje más de la obra-) se engarza con natural coherencia, contribuyendo a sostener esa ‘Arquitectura del insomnio’ con asombrosa solidez y adherencia pero con delicada estructura.
Es decir, lo que hace Rafaela Carrasco en esta obra es construir un diverso y poliédrico imaginario a base de piezas coreográficas en las que el peso recae tanto en el baile, como en el espacio sonoro (en el que se combina el cante de una poderosa Gema Caballero con la música de Pablo Martín Jones y Pablo Suárez y fragmentos de las Variaciones Goldberg de Bach), en la propia disposición escénica o en los poemas que sirven de hilo conductor de la historia, aunque estos resulten poco inteligibles sobre todo en los momentos de zapateados.
En este sentido, más que lo efectista o lo fugaz, ‘Nocturna’ apuesta por una estética sugerente e impoluta en la que hay espacio para lo oscuro y lo luminoso, lo martilleante y lo distendido, lo sutil y lo frenético. Así, el espectador se va sumergiendo en este sueño rebosante de elegancia en el que la bailaora, junto a un cuerpo de baile de mujeres esplendorosas, nos enseña que a veces los deseos más ambiciosos parten de soluciones sencillas.
Soraya Clavijo. Odisea
Espectáculo: Odisea. Baile: Soraya Clavijo. Cante: Manuel Niño de Gines y José Méndez. Artista invitada: Angelita Montoya. Guitarra: José Luis Medina y Luis Medina. Percusión: Paco Vega. Violín: Bernardo Parrilla. Lugar: Museo de las Atalayas. Festival de Jerez. Fecha. Domingo, 26 de febrero. Aforo: Lleno.
Y coherente, honesto y especialmente emotivo resultó el regreso al Festival de Jerez de la bailaora Soraya Clavijo con su ‘Odisea’, una propuesta intimista y profunda donde la artista se mostró imbatible, marcando en todo momento el compás y el paso a un solvente elenco que la supo arropar y que dejó momentos mágicos como el protagonizado por Angelita Montoya (cuya voz se echa tanto de menos en los escenarios).
Aquí encontramos a una artista a la que el temblor de la vida le ha hecho imbatible. En este sentido, Clavijo se mostró segura, desplegando un baile rotundo, solemne, enigmático y repleto de gestos e ideas personales. A veces, parecía hablar consigo misma o responder a no se sabe qué voces interiores que le servían de impulso y la llevaban -y nos llevaban con ella- a conectar con emociones remotas.
Es decir, ‘Odisea’ se presenta como una propuesta compacta e interesante, sobre todo por la capacidad de transmisión de su protagonista, que se muestra como una bailaora madura y completa cuya fortaleza emerge de la resistencia.
Es cierto, que sobra negritud en la dramaturgia (incluso ver sonreír más a la bailaora en los momentos más distendidos) y un vestuario que claramente actúa en contra del propio baile y la propia figura marmólea de Clavijo. Tampoco percibimos necesario ese arranque teatral que no venía más que a adelantar con palabras lo que ya cuenta Soraya después con su cuerpo. Igual que quedó deslavazado el final, que habría que apuntar de manera más firme.
Pero, al margen de estos detalles, asistimos a una obra trabajada, consistente, con un ritmo constante, en la que la jerezana se exhibe sin guardarse nada. Bailando todo y con todo el cuerpo… Casi sin parar.
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