Niña Pastori no camela en Pamplona

Niña Pastori - Flamenco on Fire

Niña Pastori - Flamenco on Fire

Gira 25 años. Voz: Niña Pastori. Bajo: Jonatan Muñoz. Batería: Yuri Nogueira. Piano: Luis Manuel Guerra. Guitarra: Manuel Jesús Urbina. Percusión: Luis Dulzaides. Coros: Sandra Zarzana y Antonia Jesús Nogaredo. Lugar: Auditorio Baluarte de Pamplona. Festival Flamenco On Fire. Fecha: Jueves, 26 de agosto. Aforo: Lleno.

Lo tenía todo a su favor. Un público entregado que había agotado las entradas y que esperaba a la artista entre aplausos y ovaciones. Una gira con la que celebrar sus 25 años sobre el escenario y que prometía ser un emotivo reencuentro. Un repertorio repleto de grandes éxitos que hemos cantado hasta la saciedad y esperábamos volver a tararear con el mismo entusiasmo. Y una voz fresca y poderosa que, lejos de decaer con los años, ha ganado en sabiduría y peso. Pero, pese al empeño, el de Niña Pastori resultó un concierto frío, enlatado y cansino en el que apenas se pudo disfrutar de aquello que convierte a la cantante en una de las artistas más reconocidas del panorama musical nacional: su frescura y su pellizco.

Para empezar el ensordecedor sonido, el exceso de reverb y el efecto de eco con que finalizaba los versos nos distraía de lo que cantaba, impidiéndonos escuchar, justo lo que advertía el crítico Manuel Martín Martín que es el flamenco. Es decir, después de casi dos horas nos fuimos echando de menos un ratito de intimidad en el que oír los matices de la cañaílla en plenitud.

Seguramente, este mismo espectáculo encajaría a la perfección en un estadio al aire libre. Pero estaría bien, pensamos, que los artistas adapten sus giras a las tablas que pisan. Porque no es lo mismo un gran escenario que un teatro cerrado, ni es lo mismo Cádiz que Pamplona, ni un starlite (por poner un ejemplo) que un festival flamenco como este On Fire que inauguraba.

En este sentido, también hubiéramos agradecido un guiño a sus influencias flamencas que, por otro lado, forman parte de su esencia, de su sello y de sus inicios. Esperábamos, por ejemplo, que se hubiera rebuscado en los acordes de una guitarra para acordarse de esas bulerías de Cádiz, esas alegrías o esos fandangos que también forman parte de sus discos y que ayudaron a tanta gente a adentrarse en el terreno jondo.

Sin embargo, María dejó a un lado esas referencias de sus primeros álbumes e incluso el esperado Tú me camelas, y optó por un repertorio, un tanto arbitrario, de canciones más ligeras en el que iba intercalando algunos más recientes con otros clásicos como Válgame Dios, El Portugués, Ese gitano, Acaríciame la cara, Quién te va a querer o Cuando te beso, por supuesto los más vitoreados por sus fans.

La propuesta, por tanto, resultó machacona porque todo sonaba prácticamente igual entre sí y de la misma manera que en los discos (a excepción de las dos canciones que cantó sola con el piano, Bajo tus alas y Cuando nadie me ve, y la maravillosa versión del Contigo de Sabina que fueron un bálsamo) y porque la música y los coros se imponían constantemente a su eco lastimero y precioso.

En definitiva, de la gaditana nos gusta ese sello que rompe barreras y mezcla lo pop, lo latino con los aires por tangos, tanguillos, rumbas o bulerías con soltura y pegadizos estribillos. Pero esta vez, nos quedamos con ganas de ver a una Pastori más cercana y profunda, que masticara esas letras que atesora y que derramara la sal marinera de su Cai por este auditorio de Baluarte.

 
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