De día, en Nimes sorprende un cielo celeste y claro de nubes dibujadas que recuerdan a las del creador de Los Simpsons. Por la tarde, una ciudad vacía y en calma en la que todos parecen haberse escondido detrás de alguno de los palacetes color arena que pueblan sus elegantes calles. De noche, unos teatros y salas llenos de un público atento y fiel que cada año acude a su Festival Flamenco ávido de descubrir nuevos nombres y disfrutar de las últimas propuestas de lo jondo.
No reconocer el trascendental papel que ha jugado (-y juega-) Francia en la propia construcción de lo flamenco y, desde luego, en su desarrollo y profesionalización resultaría cuanto menos ridículo. Pero es que aquí además, en este rincón conocido cariñosamente como ‘Nimes de la Frontera’ por su estrecho vínculo con Andalucía, este arte forma parte de la memoria sentimental de sus habitantes, se exhibe con orgullo, y salpica hasta sus escaparates, repletos estos días de abanicos, carteles y abalorios que recuerdan el Festival.
Así, este jueves, en la recta final de esta prestigiosa cita francesa, por la que han pasado a lo largo de sus 33 ediciones las grandes figuras del cante, el toque y el baile y que será la última con su actual director, François Noël, al frente, los aficionados esperaban asomarse a las creaciones de la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, estrella emergente de la danza contemporánea, y del sevillano Andrés Marín, Premio Nacional de Danza 2022, junto al bailarín tradicional vasco Jon Maya. Tras el éxito la noche anterior del entregado recital que ofreció Marina Heredia, según los asistentes uno de los más aplaudidos y emotivos de lo que llevamos de festival.
En ese sentido, estas dos arriesgadas apuestas, que dan paso hoy al ‘Espacio Creativo’ de Alfonso Losa, el estreno de ‘The Disappearing Act’ de Yinka Esi Graves y la clausura de Rafael Riqueni, se suman a las Ana Morales, David Coria, Israel Galván&Niño de Elche, Rosario La Tremendita, Parrate&Árbol, Sebastián Cruz& Alfredo Lagos, Rocío Molina, Javiera de la Fuente, Eva Yerbabuena y la citada Marina Heredia, que desde el pasado día 11 se han podido ver en la Sala Odéon, la Bernadette Lafont del Théâtre de Nîmes o espacios patrimoniales como el Musée de la Romanité. Y, como ya apuntó su consejero artístico, Chema Blanco, en la presentación del cartel en Sevilla, pretende no sólo de exhibir las últimas tendencias del flamenco de vanguardia sino también de servir de revulsivo para su creación a través de las residencias artísticas y la co-producciones que promueve.
Primero con Arcas nos sumergimos en un interesante discurso en el que la premiada bailarina (Premio Ojo Crítico de la Danza 2015, Mejor Intérprete Femenina de Danza en los Premios Lorca 2015 o finalista a la Mejor Intérprete Femenina de Danza en los Premios Max 2017 y 2022, entre otros) afronta una suerte de exorcismo coreográfico partiendo del folclore. Con ecos de Los cuatro muleros, El Vito, los verdiales, las tonás, los abandolaos y otras referencias musicales cercanas la luminosa y sugerente violinista Luz Prado (violín y música electrónica) sostiene en sus manos la obra, especialmente en una primera parte tediosa y repetitiva, en la que ella salva e incluso eclipsa el baile de la intérprete. El núcleo del espectáculo se inicia entrada la segunda parte donde mejora en intensidad y sentido y la propuesta se enriquece gracias también a las palmas, percusiones y el eco afilado y resquebrajado de la voz de Lola Dolores. Danza contemporánea con luces de neón que tiene mucho de ejercicio liberador pero que encaja poco en citas flamencas.
Revisitando también las danzas de raíz pero “huyendo de los clichés” llegaba hasta Nimes el último montaje de Andrés Marín&Jon Maya tras su exitoso paso por la Bienal de Sevilla. Lo que proponen aquí los bailarines en una aproximación, un encuentro, una búsqueda consciente de las raíces compartidas y los credos contrapuestos. De esta forma, en un exhaustivo ejercicio físico ambos van mirándose, escuchándose y sintiéndose en una atmósfera fantasmagórica y una estética muy teatral, en la que la iluminación de David Bernués y el espacio sonoro de Xabier Erkizia terminan siendo dos personajes más de la obra y elementos hilvanadores de las danzas de Marín y Maya. En la dificultad de aunar las dos antagónicas -o no tanto- corrientes dancísticas, una terrenal y otra aérea, pero ambas ásperas y austeras, ayuda el juego, la habilidad de los artistas de recurrir a ratos a lo histriónico, incluso al clown, para abandonarse y converger.
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