Resumen: 'Ni aquí, ni allí' de Pepa Molina. art. invitado Jesús Fernández
“NI AQUÍ NI ALLÍ” |
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Texto: Manuel Moraga ALMAS ERRANTES “Uno puede cambiar su destino, pero no sus raíces”, afirma una voz en off en medio del espectáculo. Es una de las ideas transversales de “Ni aquí ni allí”, original historia de almas errantes contada con criterio y sensibilidad por Pepa Molina que emprende así un camino más personal y comprometido con su carrera y con la profesión. Más de una vez hemos comentado lo interesante y lo imprescindible que resulta el ciclo “La otra mirada del flamenco” que todos los veranos programa el Teatro Pradillo de Madrid. Este espacio da una doble oportunidad: oportunidad a los espectadores por poder asistir a un encuentro con el flamenco más desligado de prejuicios; y oportunidad a los artistas para expresarse sin demasiados condicionantes, e incluso, para poder arriesgar con menos miedo. La granadina Pepa Molina asume su madurez artística con un espectáculo argumentado a base de evocaciones. La idea del desarraigo, del cambio de tierra y de horizonte está llena de sugerencias porque afecta a la estructura interna del ser humano: recuerdos, futuro, incertidumbre, miedo, camino, nostalgia, esperanza… Es, sin duda, un buen pozo para buscar, encontrar y expresar ideas. Así lo ha entendido Pepa Molina. “Sin rumbo cierto, atravesar días”… “Uno no frecuenta distancias porque sí”… Son otras frases en off de este espectáculo que ilustran perfectamente el espíritu que subyace en la trama. Pepa Molina baila e interpreta. Tan pronto deambula por el escenario con la mente en el infinito y con una maleta en la mano –la única propiedad del alma errante- como baila por seguiriyas con el corazón pegado a la tierra. Con una escenografía sencilla pero bien aprovechada la bailaora nos hace partícipes de su inquietud y de su desazón. Los bailes se van alternando. El gaditano Jesús Fernández –artista invitado- es todo un prodigio de recursos y su baile tiene progresión. Además es un excelente intérprete que sabe envolver la armadura de su baile con la intención precisa. Son memorables los tanguillos. Sus pies cantan –en el mejor de los sentidos- y él tiene toda la gracia del mundo. Por su parte, una muy versátil Pepa Molina sustenta el argumento en sus diferentes intervenciones al tiempo que se va creciendo en los bailes de fuerza… Fuerza que sabe dosificar y entregar con elegancia. Maneja la bata de cola con arte, haciendo fácil lo difícil. Como baile estrella eligió la seguiriya, donde supo expresar angustia que exige el estilo y la obra. Y como colofón se atrevió nada menos que con el “Cry me a river”, un clásico del jazz que al principio tuvo que defender incluso sin micrófono. No es Ella Fitzerald, ni Dinah Washington, pero el número quedó valiente y curioso. La parte musical merece también ser destacada. Luis Miguel Manzano –de la saga de los Pelao- supo construir bien los ambientes y las transiciones. Sobresaliente también el cante de Roberto Llorente –en su línea- y de David Vázquez, al que confieso que no tenía registrado y que me causó una gran impresión, lo cual me hace reflexionar de nuevo sobre la cantidad de artistas que hay en el flamenco y que no terminan de encontrar su espacio o, más bien, no terminan de encontrar la oportunidad para que los encontremos (valgan las redundancias). Y grande fue también Diego Villegas en los vientos. A veces tocaba la flauta como un instrumento de percusión. Un fenómeno. “No estar ni aquí ni allí. No ser”, dice la voz en off…. En definitiva, interesante propuesta de Pepa Molina, hecha con sinceridad y con talento… Esperemos que la compañía pueda frecuentar muchos aeropuertos, pero no como almas errantes con el desasosiego que muestra la obra, sino con la ilusión de quien va a llevar su arte por el mundo. |