Resumen: Miguel Poveda 'Sin Frontera' en el Teatro Haagen Dazs Calderón – Suma flamenco
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Texto: Pablo San Nicasio Temblaron los cimientos, por fin. Es el Häagen-dazs, vaya nombre para un teatro del centro de Madrid, un sitio que últimamente se adapta bien a resistir el bote de las masas en sus musicales. Por ahí han pasado desde los nazis con Ana Frank, a Pitingo con sus imponentes coristas o los chicos de Nacho Cano. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es batir palmas y botar por bulerías como lo hizo la gente anoche con Miguel Poveda y su “Flamenco sin Frontera”. Espectáculo de larga y fructífera vida, desde su laureada creación para el Festival de Jerez 2008, lo ofrecido anoche a la afición madrileña rizó los rulos flamencos aún más, si cabe. Llegaba Poveda “algo mermado de facultades pero con más corazón que nunca” y con disco en el zurrón. Siempre novedoso este bendito catalán, cantaor que está ya en esa fase en la que transitan los que van a dar el salto definitivo a la fama y liderazgo internacional. Miguel Poveda es asumido como un referente en la voz española, en general. Hace ya algún tiempo que el flamenco se quedó pequeño a un artista que quiere y puede mucho más todavía. Lo iremos viendo. De momento anoche se trajo a sus palmeros, a “Chicuelo”, “Morao”, los tacones de Andrés Peña y a su Luis “El Zambo” para barrer del mapa la más mínima duda sobre quien lleva uno de los timones principales en esto. Su “Flamenco sin Frontera”, a estas alturas es una especie de “Dejad que los niños se acerquen a mí”, un “quiero volver a reivindicarme como artista capaz de lo mejor en el flamenco para, mañana, irme a grabar coplas o lo que se tercie”. Una vuelta momentánea a lo que le cautivó no hace mucho, Jerez, aunque ahora esté en otros asuntos y también esté que se sale… Es decir, lo que hacen los genios. “Flamenco sin Frontera” hermana la más conocida biografía artística de Poveda, mano a mano con “Chicuelo”, con la no menos asolerada estampa jerezana de jaleos, cante, toque y baile. Con lo mejor de lo mejor de ese rincón del Sur. En números entre los que apenas hay cortes, con un escenario a modo de cuarto de cabales con sus mesas y sus vasos (toda la noche estuvieron brindado con agua…) el antiguo Calderón fue testigo del grandioso metal de “El Zambo”, que por siguiriya y martinete superó sus enormes bulerías. La temible guitarra de Morao, que recordó viejas y conocidas falsetas de su repertorio. El purísimo y fogoso baile de Andrés Peña, apunten para las próximas citas, y, cómo no, la solvente y limpísima guitarra de “Chicuelo”, siempre mimetizada con el “jefe”. Miguel Poveda nunca se hizo pesado, ni previsible, desde sus iniciales querencias levantinas, pasando por los abandolaos, tientos-tangos, bulerías, cantiñas… siempre fue a más. Y era difícil tal y como estaban las cosas desde el inicio. El fin de fiesta fue todo un desglose del último Poveda en disco. Su canción por bulerías “Cuatro capotes”, y la copla “A ciegas”, tan escuchada estas semanas, incluso antes de editarse. Esperando el comienzo de todo, hablaba yo con un colega de profesión en mi butaca sobre lo bueno de la existencia de críticos ácidos, suaves, literarios…de lo necesario de la disparidad de opiniones… aunque a veces incluso puedan molestar a los artistas, muchas veces endiosados. Con gente como el Poveda que nos cruzamos en esta Suma Flamenca no hay catalejo que valga, puntillismos o medias tintas. El que es capaz de poner a todos de acuerdo hasta pegando una patada en el bis, no merece más que la bendición. Como si fuera un apóstol. Anoche del barrio de Santiago.
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