Espectáculo: Memento. Cante: Mayte Martín. Guitarra: Alejandro Hurtado. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: Jueves 12 de septiembre. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
Fotos: Remedios Malvarez
Los aficionados que siguen a Mayte Martín, que son muchos, diversos y muy fieles, saben que escucharla en un recital de flamenco clásico y con la intimidad y complicidad que permite el escenario de los Jueves de Cajasol es un privilegio. Por eso, agotaron rápidamente las entradas simplemente para verle hacer lo que lleva haciendo toda la vida y aplaudieron con la misma efusividad con que se recibe aquello que se vive por vez primera. Probablemente, porque la belleza nunca deja inmune y las emociones, cuando son verdaderas, siempre resultan nuevas.
De hecho, es aquí en este terreno donde Mayte Martín no tiene competencia. Porque su cante, despojado, meditado y transparente, abre las puertas a esos sentimientos profundos que los demás procuramos esconder por pudor o pura supervivencia. Invitándonos a liberarnos en cada una de sus pausas y ayudándonos a serenar nuestros males como la remediaora de la petenera de Chacón con que la artista empezó a desmontarnos. Masticando cada sílaba con la misma pulcritud de un orfebre, como ya había hecho en la granaína con que arrancó.
Y es verdad que no fue su mejor recital ni todo el repertorio fue igual de lucido, pero por encima de todo a Mayte Martín se le agradece su sinceridad y la exquisitez y sabiduría con la que aborda cada palo. Porque además esta cantaora, una de las voces más influyentes del flamenco actual, ha logrado conciliar con absoluta naturalidad lo preciosista y lo sobrio. La defensa de un concepto jondo que reivindica por igual el clasicismo de Chacón, Marchena, Valderrama, Pastora o José de la Tomasa, por citar algunos, y la libertad para adentrarse en otros terrenos musicales y encontrar su propia manera de decir las cosas. Algo que en otro resultaría paradójico y que en ella ni se cuestiona. Porque la atemporalidad del cante que abandera no caduca.
Especialmente brillante estuvo en los cantes de ida y vueltas (milonga, colombiana y guajira) que Martín mece con la dulzura y la melancolía exacta. “Unas joyas”, como le gritó alguien del público.
El descubrimiento, sin duda, fue el del guitarrista Alejandro Hurtado, que regaló momentos mágicos con su toque sensible, poético, inspirador y seguro. Una sonanta cómplice que supo encajar a la perfección con la estética de la catalana y enriquecer su propuesta con un sonido tan antiguo como cercano. Por supuesto, también hubo ovación para él.