Texto: Pablo San Nicasio
Fotos: Rafael Manjavacas Lara
Jardines de Sabatini – Madrid
Mayte Martin
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En tiempos difíciles, consulte a Mayte Martín El cante grande regresó a “Los Veranos de la Villa”. Segunda mitad del conjunto de conciertos flamencos, muchos y buenos, que los aficionados tendremos en estas noches toledanas de la villa y corte. La del miércoles fue especial porque era la primera que íbamos a pasar sin Moraíto. Todavía nos parece mentira. Su muerte volvía a golpear un arte que no levanta cabeza y a una tierra, Jerez, que en poco más de un año ha perdido dos de los mejores tesoros de su incalculable patrimonio. Y como una bendición del cielo, el arte de Mayte Martín. Buen cante para consolar unas penas que nadie llora como ella. De un concepto bien diferente al de su compañero fallecido, su flamenco volvió a tocar la fibra en su regreso a Madrid después de un año sin escucharla por aquí. El llenazo fue impresionante. Sin duda la mejor entrada en lo que llevamos de noches flamencas. La catalana es una artista de incuestionable tirón que además se muestra muy accesible con sus seguidores, muchos de ellos en contacto permanente a través de las redes sociales. Y claro, anoche no cabía un alfiler. Sin ser una estrella omnipresente en los medios, esta cantaora de intimidades y tradicional flamenca de culto, está dando el paso que separa el ser muy necesaria en los festivales a convertirse en cabeza de cartel. Pues claro. Venía del difícil palenque de Morón y llegó para ofrecer un refinadísimo y ortodoxo recital donde, con la única cobertura de su inseparable Juan Ramón Caro, prevaleció un lirismo hiriente hasta cotas que sobrepasan al más estoico. Es otro concepto, desde luego. Comenzó por granaína, dos letras cortitas a modo de calentamiento y siguió con su malagueña y abandolaos más conocidos. Aquellos de su “Querencia” en la que el sereno se deja querer. Interesante amalgama de fandangos donde sobresalió unos tercios por Calaña y primera parada para dedicar un más que pulcro garrotín a su amiga y admirada “Argentina”, presente entre el numeroso público. A partir de entonces vimos a una cantaora aún más en su salsa, siempre dialogante con la audiencia, a quien explicó su débito con Valderrama por guajira y regaló su inmortal vidalita, convertida con los años en “greatest hit”. Se acordó del gran guitarrista que se nos fue ayer dedicándole “diez minutos de cantiñas en vez de un minuto de silencio, sin duda una opción más alegre” y llegó al clímax con una siguiriya y cabal estremecedores. Ese fue el punto hardcore de una sesión flamenca en la que se pudo escuchar el silencio y el runrún de una parroquia entregada en sus cinco sentidos. Uno de los grandes escuderos de Mayte e infatigable creador, José Luis Montón, también entre las butacas, tuvo el honor de ser el destinatario de las bulerías finales; de trote lento y falsetones de un Juan Ramón Caro infinito en los matices. El público feliz, buscando el gran amor y resignado ante un panorama difícil, para el flamenco y el más allá, pero más llevadero por obra y gracia de una catalana bendecida para hacer que nos agarremos a sus clavos, siempre candela viva. Video: |