Espectáculo: Querencia. Cante: Mayte Martín. Guitarra: Alejandro Hurtado y José Tomás. Percusión: David Domínguez. Violín: Marta Cardona. Contrabajista: Joaquín Arrabal. Colaboración especial: Patricia Guerrero. Fecha: sábado 25 de enero. Lugar : Teatro de la Maestranza. Aforo: Lleno.
A mis 18 años apenas había empezado a cultivar mi interés por el flamenco de forma seria. Empezaba a comprarme de mi dinero discos de Camarón y Morente y compartía con mis compañeros de facultad todo aquello que íbamos descubriendo. En aquella época, en la que no era capaz de distinguir los palos, quedé enganchada a ‘Querencia’ sin tener ni idea de lo que este disco significaría para Mayte Martín, para mí y para la historia del flamenco o de la música, da igual.
A esa edad, en la que era completamente virgen de prejuicios, yo ponía en bucle el álbum mientras estudiaba y cantaba de memoria las nueve pistas desde el Ten cuidao al Inténtalo encontrar sin saber, ya digo, si aquello iba por seguiriyas o por bulerías. Simplemente por el placer de escucharla a ella y de adentrarme en un mundo jondo que hasta entonces desconocía.
De algún modo, ahora lo sé, la emotividad del flamenco que me proponía Mayte Martín (en las antípodas de la rotundidad y el salvajismo de otras voces), su fragilidad, su naturalidad, su cercanía… me abrió nuevos caminos y me ayudaron a comprender lo que me quedaba por aprender. La complejidad, la riqueza y la profundidad de esta música que me apasionaba.
Cuento esto porque cuando a veces hablamos de referentes en lo jondo (por supuesto, tras Mayte vino Pastora), a menudo se nos olvidan los más cercanos. Y este sábado, en el 20 aniversario de ‘Querencia’, no podía dejar de pensar que sin duda éste ha sido uno de los trabajos claves, al menos para los de mi generación. De ahí la expectación y el silencio conmovedor de un público que llenó el Maestranza seguramente porque le debe a la artista más de un gracias.
El espíritu que envolvió la propuesta, por tanto, no fue el de un “revival” de estas míticas canciones, aunque la cantaora se refiriera así al recital, sino “honrar a quienes me dejaron esta herencia ética que es mi fortuna”. Es decir, reivindicar lo que sobrevive a los tiempos y a las modas, lo trascendental. Lo que es imposible que olvidemos porque se nos clava y emociona.
En este sentido, comprobamos que la voz de Mayte sigue intacta, que suena igual de fresca, igual de cristalina, igual de directa. Sentimos que sigue siendo capaz de romperte en uno de sus melismas y de arrancarte las lágrimas en uno de sus tercios contenidos. Pero además, ahora detrás del eco, encontramos a una mujer más profunda, más sosegada y más consciente quizás. Más poderosa y segura de quién es y de lo que dice.
En realidad, lo que hizo la catalana, con su habitual sobriedad, fue un recital clásico. Rescatando, eso sí, algunos de los éxitos que han marcado su repertorio (sí, ella tiene repertorio) como el eterno SOS, y revisitando otros como el Campanilleros, las Tres morillas y Los Cuatro muleros de Lorca o la Milonga del Solitario, de Atahualpa Yupanqui. Pero haciendo lo que quiere, como hizo desde sus inicios.
Así, la renovación vino en lo musical, con un soberbio elenco de estreno que supo aportar a cada palo nuevos y exquisitos matices, destacando la complicidad, el detallismo, la sabiduría y el equilibrio de la sonanta de Alejandro Hurtado. Y también con el baile embaucador y hechicero de una Patricia Guerrero sobrada de recursos que cada vez baila mejor y con más nervio (¡Qué soleares!). Ambas dibujaron melodías de una belleza tal que no pudo más que acabar en un abrazo mutuo y en la ovación de todo el teatro. En fin, que a unos kilómetros de la gala de los Goya, nosotros podemos decir que también vivimos una noche de dolor y gloria.