Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Rafael Manjavacas
Centro Nacional de Difusión Musical en el Auditorio Nacional de Música. 17 abril 2016.
Sublimación flamenca
La verdad es una nada más. No importa que ahora se estile decir “mi verdad”, en lugar de “mi versión”, seguramente por contagio de lo rosa y lo amarillo, los colores principales que expele la tele. Mayte Martín se quejaba hace unos días que la gente sólo se acerca a ver y escuchar los espectáculos que ofrecen en la pantalla. Porque no siempre lo más cacareado es lo mejor, qué disparate.
Anoche presentó la catalana “Al flamenco por testigo”. Lo hizo en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid. El repertorio: milonga, fandangos, tientos tangos, soleá, bulerías… Letras de Porrina o de Pastora, quiebros de los grandes, ecos de Macandé… ¿Es eso un estreno?, podría pensar usted acostumbrado como está a que todo sea nuevo, reciente, novedoso.
Sí, fue un estreno. Porque Martín hizo lo que sabe hacer, traer lo conocido a nuestro tiempo y casar, por ejemplo, la “Rosa cautiva” de Juanito Valderrama con música de Gabriel Fauré sin que el resultado fuera ortopédico, ni pedante, ni mentira.
El público tardó en meterse en el concierto, que estuvo en la línea de “Por los muertos del cante”, su último espectáculo. En esta ocasión Martín estrenaba equipo: Salvador Gutiérrez y Pau Figueres a las guitarras y Chico Fargas a la percusión. Tres músicos perfectos para ella, tres abrigos delicados que la acompañaron con dulzura. No hubo un golpe de más, ni una nota extra, ni un subrayado. Porque la verdad brota sola, sólo hay que abrirle camino.
Enumerar los cantes y los encajes que hizo Mayte en este estreno sería absurdo. Hay que verla, hay que escucharla. Hay que ir y experimentar qué es la sublimación: esa especie de milagro de la química que convierte en gas un sólido. Eso hace esta cantaora: coger el cante duro, el irreductible, la roca de la que todo parte y mutarlo en un éter que se mete por la piel y que conmueve.
Una cantaora valiente
Martín es hoy la única que puede agarrarse a Macandé y hacerlo sonar como nuevo. La única que puede hacer olvidar al público de los anfiteatros que la Sala Sinfónica tiene una acústica imposible. La única capaz de convertir las bulerías en canciones casi líricas sin perder furia ni pellizco.
Eso que hace Martín de encajar las piezas, de enlazar canciones y eras, no es un disfraz. Porque no viste los cantes de modernidad, ni los maquilla, ni los rebaja, ni los edulcora. Ella se va al tuétano, a lo que Porrina de Badajoz y usted comparten. Va a lo que tenemos en común ellos y nosotros, aquellos y estos: un alma, un corazón, la piel. A lo más profundo.
Ese estremecimiento que se percibe en el público de la cantora es lo más difícil de conseguir para un artista. A ella le sale tan bien que alguien podría pensar que puede hacerlo cualquier. Es mentira. Mayte no es única porque sólo ella tenga cualidades y conocimientos, ella es la única que puede hacer cosas como “Al flamenco por testigo” porque es valiente. Hace falta serlo para enfrentarse a la verdad, que es cruda, solitaria, ingrata y resulta incómoda porque no se deja amasar y no cambia por más que se la torture. Y esos caracteres no abundan en la música española, tampoco en el flamenco.