Mártires
del Compás Sevilla, 22 de Diciembre 2003 Teatro Central. SEVILLA.
Presentación
de su disco 'Empaquetado al vacío'
Domingo veintidós de diciembre, nueve de la noche.
Seis músicos, seis, dispuestos a cortar las dos orejas
y el rabo al fantasma de la ausencia en su propio pueblo,
Sevilla.
Las gradas del Teatro Central, llenas y expectantes. En
el aire se respiraba la intranquilidad durante la espera a
la esperada cita. Cinco años de exilio, no discutiremos
hasta que punto voluntario o involuntario, pero sí
igualmente incomprensible. Tres discos editados desde aquel «Prohibido dá el cante» presentado
en el mismo escenario.
Nadie sabía que podría suceder. Cierta frialdad
llenaba el ambiente, era casi imposible pronosticar con certeza
cual sería la reacción de ésta madre
hecha ciudad ante el regreso del hijo pródigo (que
quizás se fue de casa porque había que comer
y porque otros familiares le comprendían mejor). Importante
factor en contra, la rigidez de un teatro. Aunque el espectáculo
en el escenario esta totalmente asegurado y aconsejable para
simplemente seguirlo con la vista y el oído… los
conciertos de mártires son imposibles vivirlos sin
cantar, sin bailar, sin sentir, sin reír, sin beber,
sin fumar. Porque los mártires hacen la música
con el corazón, con sus razones empaquetadas a la izquierda,
el lado que late y siente, el rincón que recuerda sus
momentos de postales por el mundo. Suelen establecer un diálogo
entre escenario y público de corazón a corazón,
de sentimiento a sentimiento, de locura razonada a razones
con locura.
Para poner a prueba el sabor de la calidez del público
asistente, comienzan ejecutando una antropología sentimental,
había que comprobar si Sevilla y Mártires son
una historia de amores imposibles. Para ello, buena opción
empezar viajando a la hermana porteña donde el grupo
sevillano suele cosechar importantes éxitos, Buenos
Aires.
Sonidos paseando por Barcelona (madre adoptiva) de nombre
tango y de apellido tangao. Después de realizar una
primera toma de contacto con el público, un primer
enlace, había que dejar las cosas claras. Nada mejor
que exponerlo todo «Cara a cara».
Aunque fuera domingo el corazón no estaba triste,
y en lugar de una separación a gritos, se originó
un emparejamiento de voces.. cientos de voces. Los mártires
fueron aquel hombre que con un beso traicionó a Sevilla,
como «Juana Peña». Cosa que para poder
producirse, hay que «Ser flamenco». Enamoramiento
con mirada musical que sabe a regaliz, a «Liquimbá»,
si la cantan a dúo Ocaña and Rocío pop
superstars.
Pero no solo de amor y buenos momentos está lleno
el vaso sentimental de la persona. A veces hay momentos en
que el pensamiento se dispersa entre las incomprensiones que
produce la falta de sensatez sincera, de ahí que el
ser humano tienda a su propia autodestrucción debido
a que no es capaz de asimilar la sencilla idea de que parte
de su existencia es el entorno que le rodea. De este modo,
se produjo una unión entre «la lava de Aznalcollar»
y las mareas de petróleo gallegas. Mientras tanto,
Chico animó al público a corear que un señor
con bigote debiera quitar el chapapote. Obvio.
Tras el paréntesis políticosocial reflexivo,
volvemos a la historia de amor. Aunque a veces la libertad
pueda parecer una estatua sin corazón, los Mártires
hablan de libertad desde el corazón. A besos pequeñísimos
(funky little kiss) con labios llenos de color en «Nueva
York». Ya era más que evidente «La
metamorfosis» del público en el transcurso
del concierto. Allí estaba la mañana, que aunque
sea invierno parecía primavera… «La guasa
de la memoria», tiene guasa la memoria de los Mártires,
tanto tiempo sin pasar por casa. Tanto que la madre los echaba
de menos, por fin se produjo «la oportuniá» de verlos en directo. Distinto el ambiente que había
ya en este momento al que se masticaba en el teatro a las «veinte y veinte», «oremus» porque
todo salga bien, era la idea que salía en aquel momento.
Demasiado bien estaba saliendo, tanto que parecía
que del teatro solo iban a quedar después «los
escombros» ante la entrega del publico que saltaba,
bailaba, acompañaba el compás, sentía…
aquello era un «popurrí» de emociones.
Ya era obvio que «no vale la pena» llorar
por la ausencia en casa. Pero se empezaba a caer alguna que
otra lagrima por el escenario. Tremendo sonido de la sonanta
impregnada de madurez flamenca y gran magnitud como persona,
de Manuel Soto «Noly». Que también
se hizo notar en las alegrías finales del «Tiritirap»,
y por supuesto, acompañando a su compañera Rocío
Vázquez en posiblemente una de las actuaciones que
nunca olvidará ésta mujer en su vida. En ésta
ocasión, cantaría sus fandangos dedicándoselos
a sus padres. Testigos de primer orden del tremendo éxito
de su hija en su ciudad. Al igual que Julio Revilla, familia
también presente, al hacer su espectacular tema «al
menos un quejío». Y no era de quejío,
pero Chico Ocaña, por primera vez en su dilatada vida
artística, lloraba sobre un escenario. Gran ovación
del público. Chico dedica el concierto a la madre del
bajista, Jesús Díaz, ingresada en un hospital.
El público y el escenario ya están totalmente
enamorados llegados a este punto, «qué bonito
es el amor». Prueba superada, de importante magnitud,
porque los mártires son «palestinos»
de Sevilla. Tan sevillanos como la Giralda o la Torre del
Oro. Pata Negra. Sevilla Quality. Lo hacían con todo
Sevilla delante y sintiéndolo, mereciéndose
el calificativo de «torero» (no sabemos si
de Ubrique) que tanto gritaba la gente. Después de
un paréntesis «rigui martir» (patera
reggae), pasearemos por la ciudad con el mítico Vicente,
camino la calle Sierpes. Porque quien «oye el libro»
que escribe Chico, sabe que «la pera» habla
del embarazo amoroso, neveras llenas de expresión oral.
Bien claras y «por el centro». Dando movimiento
al teatro para despedirse. Cuando aquello ya era toda una
composición hacia la alegría del reencuentro,
entró el espíritu navideño. Chico Ocaña
ante la insistencia del público cantó los campanilleros
de Manuel Torre que en su día popularizara La Niña
de la Puebla. Posteriormente salieron todos los mártires
para decir que «son muchos negros» los que
habían ido (aunque yo no vi ninguno, pero alguno habría
seguramente). El final, como era de esperar, le empezó
a marcar el cajón billy de Alberto Álvarez (ese
que vive en su mundo paralelo de percusión). Fueron
tomando posición en el escenario mientras tanto amigos
como Paco «el del compás» y Javi «el
churrero». Espectaculares bulerías que bailó
una de las más grandes artistas sevillanas de todos
los tiempos, Rosana. Hace tiempo ya escribí mi admiración
por el arte de ésta niña, e insisto en ello.
Lo lamentable en este caso es que dicho arte es imposible
de explicar con palabras. Rosana sobre un escenario hace volar
la imaginación, eleva la esencia del flamenco hacia
cotas infinitas. Se nota cierta técnica impuesta, pero
ella está muy por encima de eso. Porque lo lleva en
su mirada, en sus pasos, en su sentimiento… no se olviden
de esta niña.
En definitiva, así terminó una historia que
empezó con la frialdad de la duda y terminó
como la mayor de las orgías musicales entre escenario
y público. Espectáculo digno de pasar a la historia
de la música en la dama del Guadalquivir.