Resumen: Mariana Cornejo, Encarna Anillo 'De mi tierra Cádiz'. Teatro Falla, Flamenco Viene del Sur
FLAMENCO VIENE DEL SUR
Mariana Cornejo, Encarna Anillo “De mi tierra…Cádiz” Miércoles, 7 de abril, 2010. 2100h. Gran Teatro Falla, Cádiz |
En el flamenco, todos los aficionados somos localistas, o al menos nos gusta el cante que consideramos “nuestro”, un concepto escurridizo que a veces sólo se refiere a aquello que escuchamos de joven. Pero si algún sitio tiene derecho a hacer gala de su propia gloria, aunque sea pasada, es la milenaria Cádiz. Desde el Planeta para acá, pasando por el Mellizo o Aurelio, no se entiende la historia del cante sin la contribución gaditana, tanto en los cantes festeros como en los de mayor peso. Dentro de la dilatada serie de recitales “Flamenco Viene del Sur” promovida por la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, y que este año llega a las ocho provincias andaluzas, ha habido sitio para el discreto recital titulado “De mi tierra…Cádiz”. Desde los tiempos de susodichos antecedentes flamencos, el ambiente y la plantilla de intérpretes han menguado considerablemente, en Cádiz y en todos los sitios. Anoche el cante gaditano ha sido representado por dos mujeres de dos generaciones distintas: Encarna Anillo (1983) y Mariana Cornejo (1947). Echamos en falta a Carmen de la Jara para hacer de puente generacional, pero también han menguado los presupuestos. En el Gran Teatro Falla, algo destartalado pero todavía con aires de grandeza, con un aforo de dos tercios, principalmente parejas de mediana edad, se apagaron las luces y sonó una lírica introducción de guitarra. A los pocos minutos aparece Encarna Anillo vestida a lo Frida Kahlo, caminando lentamente, con pasos que sugieren melancolía, para cantar una milonga con todo el dulzor asociado. Su voz susurrada es sumamente apta para estos cantes melismáticos que tanto gustan en Cádiz, y que ya no sufren tanta mala prensa entre la afición exterior. Alegrías acancionadas, mucha oscuridad para tan luminoso cante, son apoyadas por los palmeros habituales de Cádiz, Diego Montoya y Tate Núñez, y las excelentes guitarras jóvenes de Juan Requena y Andrés Hernández “Pituquete”. El público se emociona con los cantes clásicos, y tolera sin rechistar la parte acancionada – interesante toma de pulso del gusto local. También nos da la oportunidad de comparar la energía del cante tradicional con las relajadas formas contemporáneas. Soleá, si mis ojos no me engañan desde el palquito, al 8, donde el tocaor tiene poco campo pero la guitarra suena muy flamenca. Encarna optó por hacer caso omiso de los estilos de su tierra, prefiriendo un repertorio geográficamente diverso. Malagueñas estilizadas se rematan por abandolao, y la cantaora termina su intervención con una larga tanda de bulerías, nuevamente esquivando los cantes de Cádiz, a menos que se cuente un cuplé popularizado por Juan Villar. ¿Y qué decir de Mariana? Saladita, guapísima, elegante, sincera y natural, cante que es todo sabor y compás. Canta por siguiriyas erizando el vello colectivo y demostrando que sí, las mujeres manejan muy bien este palo cuando se lo proponen. Seguidamente es el momento de las bulerías de la tierra, y el ambiente del patio de butacas echa chispas cuando suena el acervo de cuplé clásico que Mariana domina sin tremendismo ni voces. Soleá “rítmica” bromea la cantaora, y es una mezcla de bulería por soleá y soleá de Cádiz y Juaniquí a paso ligero, rematada por el querido cierre jerezano del Gloria. Más bulerías, ahora jerezanas con destellos de la Perla, acordándose de Villar (Juan, los aficionados rogamos que asumas tu lugar de patriarca) y el emblemático “Si tú me dices ven”, antes de un breve fin de fiesta donde Encarna canta al baile de Mariana. |