María Vargas en la Sala García Lorca de Madrid
Guitarra: Miguel Salado, palmas y compás: Miguel Téllez & Noe Barroso
José Manuel Gómez Gufi
Acaba el concierto María Vargas con un villancico “porque no voy a estar en Madrid para las Navidades” y lo canta a lo grande sin alivios de ninguna clase ante el público de la sala García Lorca que está compuesto por cabales, los aficionados de costumbre que viven el flamenco como una cofradía y los nuevos que vienen a vivir la experiencia. En el bar del lado una hora antes del concierto hay dos grupos que intercalan el español con el inglés, el vino, las tapas, el francés y las cervezas. Uno de los foráneos me mira como si me reconociera; en realidad al que conoce es al Miles Davis que llevo en la camiseta.
Ir a escuchar a María Vargas se parece mucho a acudir al templo los domingos de guardar, en la conversación se cuela el tema del momento, aunque hablar de Rosalía en la sala García Lorca el día que canta María Vargas es como discutir de graffiti en la Capilla Sixtina, una insensatez que conviene abordar con la naturalidad de saber que los tiempos cambian y los clásicos permanecen.
Se arranca la Vargas por alegrías y lo mejor es la letra que habla de la nostalgia de Camarón que para muchos de los que estamos allí fue la llave para abrir el arcón de los tesoros flamencos y también la ventana para otear nuevos horizontes. Hace calor y una espectadora le presta un abanico a la cantaora, otro le pide cantes de levante. María lo tiene claro: “voy a cantar por tientos tangos” y ahí empieza a ocurrir eso que hemos venido a escuchar. Anuncia unos fandangos y el descanso.
En el programa María viene anunciada como “Catedrática del cante gitano 1962” y en la hoja del día “premio Nacional de Flamenco de Jerez de la Frontera 1998” entre una cosa y la otra grabó con los Moraos, con los Habichuelas, con Paco de Lucía y con su paisano Manolo Sanlúcar, así que ha atravesado la historia del arte flamenco que -digan lo que digan- sigue siendo un arte de minorías selectas.
María Vargas dicta su lección de cante y se escuchan “Los tangos del Piyayo” y cuando le llega el turno a las siguiriyas lo dice a media voz, como se cuentan esas cosas intimas que sabes que te van a doler y, además, te va a gustar, pero que siempre, siempre, tiene un suplemento. Ya lo he contado, yo he aprendido a escuchar las seguiriyas como si estuviera escuchando a John Coltrane que aquí suena como si estuviera tocando blues o espirituales negros sin los alardes y barullos en los que se metió en los últimos tiempos de su carrera. A mí me funciona y Coltrane nunca te decepciona y María Vargas tampoco. Somos unas docenas aplaudiendo eso que acaba de hacer la cantaora como si fuera la primera vez que nos pasa y ella da un traspiés como si acabara de aterrizar de otro planeta y se despide por unas bulerías que vuelve a convertir en otra lección. El villancico mencionado antes sirve para culminar la jornada y sales de la Capilla Sixtina dudando entre rezar o pintar un graffiti.
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Fotografías:
Fotos & videos: Rafael Manjavacas