Ficha artística. Dirección, coreografía y diseño de vestuario: María Pagés. Dramaturgia, textos y letras: El Arbi El Harti. Baile: María Pagés, Eva Varela, Julia Gimeno, Marta Gálvez, Virginia Múñoz, José Barrios, Rafael Ramírez, Juan Carlos Avecilla y Manuel del Río. Música: Ana Ramón (voz), Bernardo Miranda (voz), Rubén Levaniegos (guitarra), Isaac Múñoz (guitarra), Marina Barba (chelo), Daniel Moñiz (violín), Chema Uriarte (percusión). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: 21 de septiembre de 2018. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
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Con una gran ovación franca, de esas que hacen vibrar el suelo del teatro, se despidió María Pagés este viernes en el Maestranza tras el estreno en Sevilla de ‘Una oda al tiempo’, su última propuesta coreográfica que es en realidad un poemario sobre lo efímero de la vida y todo aquello que los años quitan y dan.
Así, desde la madurez segura y serena, la bailaora recorre las cuatro estaciones y construye un discurso, ético, estético y artístico, en el que a cada etapa le corresponde una emoción y también un baile. La toná para el Origen, las alegrías para el verano prometedor, la vidalita para la nostalgia otoñal o los cantes de levante para la oscuridad del invierno gris en que vivimos, por citar algunos ejemplos.
De esta forma, la obra, de una factura exquisita a todos los niveles, va sumergiendo al espectador en una cápsula etérea donde las piezas se van encadenando como versos y el péndulo que domina el fondo de la escena (y que es sol y luna según la estación) es el único que marca las transiciones y recuerda los tiempos.
Entre tanto, todo es baile. Un baile plástico desde el que la bailaora vuelve a dar una lección de elegancia y buen gusto. Porque lo que hace María Pagés, desde una compañía que sostiene sobre el escenario un elenco de ocho bailaores y siete músicos, es demostrar que hay un flamenco para todos los públicos que va a gustar siempre.
En este sentido, esta oda al tiempo es al mismo tiempo un elogio a la belleza. La de un magnífico ballet que se arropa del pertinente vestuario, se ilumina magistralmente con las luces de Dominique You y Pau Fullana (¡luces que hablan!) y se comunica con un lenguaje universal que bebe de la propia historia del arte (en la música y en los textos).
De especial lirismo fue la soleá que bailaron con mantón las cuatro bailaoras con una enorme María Pagés cuya presencia se impone por sí sola. O la coreografía de los bastones con la que dieron paso al sufrimiento y al dolor con que recrearon las escenas del Fusilamiento del 2 de mayo, el Guernica o la Piedad, como si el teatro fuese el lienzo y ellos las personajes pictóricos. Aunque también en esta danza descriptiva se vieron gaviotas y árboles cuyas raíces se afanaban por buscar nueva tierra.
Sola embaucó desde el inicio con su baile parado de brazos infinitos, moviendo la bata de cola en la seguiriya que interpretó con castañuelas después o en la vidalita, donde mostró, como decía Borges, que sólo después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma. En definitiva, una obra mayúscula para los amantes de la danza.
Fotografías: Oscar Romero / La Bienal