María Pagés «Siete golpes y un camino» – Bienal de Flamenco. Reseña & fotos

María Pagés - Bienal de Flamenco

María Pagés - Bienal de Flamenco

Texto: Estela Zatania
Fotos: Antonio Acedo

María Pagés Compañía. «Siete golpes y un camino» en Teatro de la Maestranza de Sevilla. 17 septiembre 2014. Bienal de Flamenco

XVIII Especial Bienal de Flamenco de Sevilla – Toda la información

El Flamenco lírico de María Pagés

Baile: María Pagés, Isabel Rodríguez, María Vega, Eva Varela, Lucía Campillo, Sonia Franco, Macarena Ramírez, José Barrios, José Antonio Jurado, Paco Berbel, Rubén Puertas. Cante: Ana Ramón, Juan de Mairena. Guitarra: Rubén Levaniegos, José Carrillo «Fyty». Percusión: Chema Uriarte. Violonchelo: Sergio Menem. Violín: David Moñiz. Coreografía, dirección, diseño de vestuario: María Pagés. Música: Rubén Levaniegos, Isaac Muñoz, Georges Bizet, María Pagés, popular.

El miércoles ha habido aguas mil en Sevilla, y el pronóstico indica que hoy podemos esperar más.  Pero el gran acontecimiento llamado la Bienal de Flamenco de Sevilla sigue su intensa marcha. 

A media tarde, en el hermoso Espacio Santa Clara, la cantaora Melchora Ortega defendió su perspectiva jerezana, y a las once de la noche, con la actuación trasladada al Teatro Alameda debido a la amenaza de lluvia, los guitarristas José María Gallardo y Miguel Ángel Cortés ofrecieron su trabajo con el simpático título «Lo Cortés no quita lo Gallardo».

Entre una cita y otra, la bailaora María Pagés, tan querida en Sevilla, y pieza imprescindible en la programación de este festival, presentó su estreno absoluto, «Siete golpes y un camino», obra concebida y realizada ex profeso para la Bienal, y como tal, especialmente apta para los numerosos incondicionales de la bailaora.

Es posible que mediante el baile no sea posible expresar ideas tan complejas como «el devenir como la encarnación de la dialéctica serena del tiempo y la apropiación del futuro», que leemos en la sinopsis del programa de mano.  También por el programa, sabemos que Pagés pretende resumir en esta obra los últimos siete años de su producción artística.  Pero el resultado queda más repe que recopilatorio, cuando estamos acostumbrados a que la bailaora nos sorprenda continuamente con su genio coreográfico, y sus excelentes instintos escenográficos.  Las telas diáfanas, el «rap» por tanguillo, las coreografías que acaban en silencio y cámara lenta y el baile insistentemente curvilíneo de la bailaora, son elementos pagescos que la artista ha empleado en otra ocasiones, y que se repiten sin aportar nada nuevo.  María nos tenía mal acostumbrados con la extraordinaria originalidad de sus últimas obras, «Utopía» o «Dunas» con las que había dejado el listón muy alto.

Las voces en off en diversos idiomas, no se dejaban entender, al menos desde donde estaba yo sentada en el espacioso Teatro de la Maestranza.  Ninguna prueba de sonido puede garantizar la correcta amplificación de este recurso que rara vez cumple su misión.  Por lo tanto, la poesía de María Zambrano y otros no se podía apreciar.  Algo similar ocurrió con los versos cantados de Baudelaire, Machado, Lorca, Neruda o Cervantes entre otros.  Para el aficionado serio, la obra hubiera quedado enriquecida con menos atención a lo literario, y más a lo dancístico, pero debemos tener en cuenta la diversidad del público que acude a la Bienal.

Hay una farruca interesante bailada por el grupo, cantiñas surtidas que baila María, una breve demostración de palillos (castañuelas), mucho vestuario negro y escasa iluminación, poco habitual en las obras de María Pagés, tonás con la bailaora en medio de un círculo formado por los demás miembros del grupo y unos tientos que sí aportan algo a esta forma tan poco aprovechada, con final por tangos y La Tarara ralentizada.  Trilla y soleá por el disciplinado cuerpo de baile…tan disciplinado que tienes la sensación de estar viendo una clase de baile: hoy en día el baile flamenco va más de figuras solistas que de números corales.

El espectáculo finaliza con María descalza, vestida de un diáfano vestido rojo eléctrico, el único toque de color en toda la obra, moviéndose al sonido de una granaína.

 


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