Dirección artística: María Moreno y Rafael R. Villalobos. Coreografía y baile: María Moreno. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos. Dirección musical: Pablo Martín Caminero. Composiciones: Pablo Martín Caminero, Eduardo Trassierra (guitarra), Manu Masaedo (percusión) y Raúl Cantizano (zanfoña y espacio sonoro). Cante: Ángeles Toledano. Fecha: Domingo, 25 de septiembre. Lugar: Teatro Central. Bienal de Flamenco. Aforo: Lleno.
Que hay cosas interesantes, sí. Que musical y escénicamente el espectáculo resulta llamativo (que no original) porque se suma a la tendencia imperante de que el flamenco parezca que no lo es, también. Que María Moreno es una estupenda bailaora que en cuanto frunce el ceño recuerda porque nos conquistó en sus anteriores apariciones en la Bienal, lo tenemos claro.
A partir de ahí, esta o../o../.o/o./o. (soleá) se presenta como una propuesta oscura y lenta (con incomprensibles silencios en la hora que dura), en la que la fuerza, la frescura o la luminosidad que atrapa de Moreno se diluye y se desluce. Así, encontramos un concepto y un elenco poco inspirador para la bailaora que intuimos necesita de otros estímulos para removerse y removernos.
Es decir, al deconstruir la estructura tradicional de la soleá, el baile perfecto y sublime que la gaditana compara con el buen jamón “porque siempre apetece”, quedó desprovisto de su intensidad y su sentido, también de su centro: la emoción jonda. De esta forma, vimos apenas retazos del arte de Moreno, sobre todo cuando sus pies se agarraban al sonido de la guitarra de Trassierra, uno de los mejores compositores flamencos de la escena actual, o su cuerpo se dejaba llevar por la voz aterciopelada y peleona de Ángeles Toledano (¡qué alegría una mujer en el atrás!) que, a pesar de que esta noche se desbocó abusando innecesariamente de los agudos, se vislumbra como uno de los ecos más brillantes y personales.
En este sentido, sentimos que en o../o../.o/o./o. (soleá) están todos los elementos pero nada termina de encajar con la estética y el baile de la artista, llegando a resultar pobre en lo coreográfico, como si lo que se pusiera en escena fuera un ensayo a base de transiciones. Tampoco entendimos el tormento de la gaditana ante esta “dictadura del ritmo”, como cuando Cantizano (estupendo en su papel) le repite a través de un megáfono el compás del 1, 2, 1, 2, 3, 4, 5, 6… “y así toda la puta vida”.
Descuadra, sobre todo, porque el flamenco es el lenguaje natural de la artista y lo demás resulta accesorio, incrustado. “Ella baila muy bien pero podría hacer algo más normal”, escuché detrás de mí. Entonces recordé el anuncio de Cruzcampo y cómo con la flamencura está pasando lo mismo que cuando en los medios obligan a los periodistas andaluces a esconder su acento: que parece que se agradece, pero si no se nota demasiado. Y ya lo dijo Lola Flores: “¿Tú sabes por qué a mí se me entendió en todo el mundo? Por el acento”. Pues eso nos gustaría que supiera la bailaora que “el acento es tu tesoro, no lo pierdas nunca”. Porque, además, cada vez quedan menos.
Fotografías: La Bienal / Claudia Ruiz Caro