«El reflejo velado de la puerta de un horno es la imagen más cómoda que recuerdo de mí misma bailando. Ante él jugaba a esconderme (o descubrirme) a través del baile. Allí comencé a experimentar quién era y no era María». Puede parecer reiterativo pero, a veces, el argumento de las obras puede jugar en contra de los artistas. Es el caso del espectáculo que nos ocupa cuyo universo poético comienza en la cocina frente al horno. La imagen está clara, todo el mundo tiene una infancia que pasa por la cocina. Lo difícil es llevarlo a un escenario con eficacia y ahí es donde el montaje escénico corre peligro cuando comienzan a subir y bajar telones sin aportar nada, ni a la narración, ni al espectáculo. De pronto la acción se detiene y María Moreno deambula en escena mientras sus colegas los músicos se quedan paralizados, luego se mueven a cámara lenta mientras suena una grabación de Riqueni.
Más tarde lo que parece es una luna resplandeciente en la noche, se convierte en una darbuka (un tambor de origen turco) que no sirve para gran cosa. Resulta imposible seguir los elementos propuestos sin despistarse de lo que en realidad importa: el baile de María Moreno que gira sobre si misma con una bata blanca como si fuera un merengue, o similar. No es sencillo ser derviche para convertirse en postre navideño.
Afortunadamente, la maquinaria teatral pasa por fases de quietud y son los artistas los que llevan la voz cantante. ¡Báilame por seguiriyas! implora el cantaor y repite luego por soleá con las cadencias adecuadas. Ahí es donde vemos lo que queríamos ver. Buen cante y buen baile.
Hay también una escena con un móvil de carácter humorístico y carnavalero pero el sonido que desprende el cachivache es feo, aunque lo rimes y lo bailes con la gracia gaditana de Roberto Jaén, la escena llega precedida por un baile de mérito encima de un cajón. Cuando vuelve el trajín de la maquinaria volvemos a despistarnos, ahora con las luces; después con las entrañas del teatro o con los técnicos que entran a barrer y aunque logramos escuchar cante, nos deja la sensación de que se han formado dos equipos que se turnan en eso que cuenta la sinopsis: “una amalgama de estampas que vertebran el políptico hagiográfico de una mujer que esculpe su personalidad tomando distancia de sus orígenes, pero sin renunciar a ellos”.
Llegamos al final con la sensación de que nos hemos perdido en una selva de signos y estamos agradecidos por los buenos momentos de toque, cante y baile. Incluso los silencios resultan significativos. El baile de María Moreno no necesita muchos argumentos para ser apreciado. Tiene intensidad, gracia y compás. Mueve el mantón. Tira los zapatos al escenario y baila una rumba descalza que tiene los ingredientes mágicos para cambiar de continente, los giros nos llevan a oriente, las caderas al Caribe y hasta parece asomar el éxtasis de las mujeres bereberes. Para eso, sobra con un foco.
María Moreno “More (no) More”. Festival suma Flamenca. Teatros del Canal. Madrid. María Moreno, baile. Óscar Lago, guitarra. Juan Requena, guitarra. Pepe de Pura, cante. Ismael de la Rosa, cante. Roberto Jaén, percusión y palmas.
María Moreno, dirección artística y coreografía. Rafael R. Villalobos, dirección y espacio escénico. Palomo Spain, diseño vestuario. Óscar Lago y Juan Requena, música. Rafael Riqueni, música en off. Antonio Valiente, diseño de luces. Ángel Olalla, diseño de sonido. Enrique González, técnico monitores. Naty Moreno, regiduría. Loïc Bastos, dirección ejecutiva compañía. Saradezza Producciones. Coproducción de la Junta de Andalucía. Foto portada: Claudia Ruiz Caro - La Bienal