Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
Teatro Villamarta – XX Festival de Jerez
Especial XX Festival de Jerez – Toda la información
Dirección y Coreografía y Producción: Marco Flores. Dirección Escénica Y Coreográfica: Juan Carlos Lérida. Colaboración en la Dirección Artística y Coreógrafa Invitada: Olga Pericet Artistas Invitados: Carmela Greco Y Alejandro Granados Dirección Musical : Marco Flores Música Original: Jesús Torres, José Almarcha. Bailarines: Claudia Cruz, Agueda Saavedra, José Manuel Alvarez, Alejandro Granados, Carmela Greco, Marco Flores.
Tiempo y espejo
Este espectáculo empieza por el final. Un fin de fiesta con palos que no terminan, que se cortan y luego se retoman, que incluyen farruca y sigue por bulerías. El paso del tiempo no se elige, y en este show además, es aleatorio. Por eso los temas empiezan y no acaban o al revés y los artistas hablan con quienes fueron un día o con quienes llegarán a ser. No teman, no es un lío. Y además, es bello. Lo es porque en las costuras de esa coreografía inventada por Marco Flores y dirigida por Juan Carlos Lérida se ve la vida.
En esta fiesta todos visten de rojo y hay entre los invitados edades y escuelas diversas. Diálogo intergeneracional, cabe pensar. Pero la charla que ahí tiene lugar es muchísimo más profunda. Es la conversación que cualquier tendría si pudiera hablar con el que fue y con el que será. Una reflexión en torno a los caprichos del reloj y el calendario que recuerda a Felllini, a ratos en los estético, a ratos en el interés por capturar el pasado.
Sobre el escenario, hay mucha gente pero en realidad, todos son uno. Y posiblemente, el mismo. Marco Flores guía y controla. Con su mano empuja o frena a los bailaores a quienes obliga a mirarse, a ver, a detenerse o a bailar según él les indique. Y cómo bailan. Carmela Greco y Alejandro dan una lección de elegancia y de generosidad y sus bailes son tan bellos que a ratos dan escalofríos, pues parecen hablar consigo mismos en el pasado, o quién sabe si en un presente que ya es futuro.
Todos bailaron de infarto pero Claudia Cruz y José Manuel Álvarez merecen una mención. Al bailar por alegrías explicaron sin hablar como se detiene el tiempo. Y el tiempo sólo se detiene amando. Se quisieron en cada mirada, en cada golpe de cabeza, en cada abrazo, mostrando una complicidad que el público aplaudió hasta con los pies. Qué bien colocó y clavó Álvarez su esbelta figura. Qué quiebros hizo Cruz con su cuerpo, tan elocuente.
Y después de bailes a dos, de intercambios de pareja, de cante de altura y baile emocionante, Marco Flores dejó de ser el motor que puso al resto a bailar y se quedó solo. Es difícil explicar lo que hizo Flores sin que ustedes puedan verlo. Marco fue el de siempre pero distinto. Fue motor y engranaje. Ancora y rueda de escape. Bailó mejor que bien pero además, subió de altura. Había algo especial en sus movimientos, siempre precisos, en cada punta y cada tacón, en cada paso. Ese escenario tan difícil de llenar, lo sació Marco. Fue milimétrico en cada movimiento pero fue cálido. Había otra elevación en su danza, otra mirada. Ver a un hombre crecer siempre es hermoso y ayer Flores dio un estirón, sin duda alguna.
La obra acabó o no, quién sabe, con un Flores atrapado por el tiempo que hasta hacía un instante controlaba. Dejó de ser narrador omnisciente y omnipotente a títere del tiempo: es decir, humano. Y ahí, en ese final rojo, inquietante y colectivo, una última reflexión cruzó el teatro: ¿y si el tiempo no fuera más que un espejo?