Teatro Villamarta. – Festival de Jerez
MANUELA CARRASCO
SIEMPRE MANUELA. GIRA DE DESPEDIDA
Artista invitado: JESÚS MÉNDEZ Estreno Absoluto
Galería fotográfica – Vídeo
Tan sólo diez minutos. Ése fue el tiempo necesario que hizo falta para saber que la hija de Cipriana y José El Sordo tiene para rato. A pesar de los años, de las fatigas de la infancia en plena dictadura, a pesar de las pérdidas. Aunque la parada de anoche en Jerez sea la primera de muchas en la anunciada como gira de despedida, Siempre Manuela, la potencia arrolladora que mantiene la trianera invita a fantasear con la posibilidad de alargar su vida profesional hasta el más allá.
Decía diez minutos no por decir, sino porque fue el tiempo que la reina del baile gitano, como se la conoce y reconoce y todas sabemos quién es, dedicó al palo más significativo de su vida, su querida soleá. Y suele ser el momento álgido de la noche porque es donde la vemos regalarse, entrar en el trance, entregarse, rendirse, rebuscarse y acordarse de otros tiempos y de otras personas. De su cuñada La Susi, por ejemplo.
En este sentido, el de la memoria, el montaje incluyó dos piezas audiovisuales en las que, en la propia voz de Manuela, entendemos algunos de los por qué de su vida-baile y, sobre todo, homenajeamos colectivamente a su pareja artística y profesional, creador a la postre de la música de todas las obras de Carrasco, Joaquín Amador, fallecido en mayo de 2023. Ni un año después desde su desaparición, la mella de su ausencia se percibe en el tono de la propuesta: a pesar del arrojo, el sabor a despedida, a luto, a la dignidad de toda una vida se antoja inevitable.
Es cierto que resulta sorprendente que, en un montaje de casi hora y media, sólo podamos disfrutar de ella en tan pequeñas dosis y sea necesario esperar a veces los números que sólo deseas pasen cuanto antes para verla regresar. Me pregunto si seríamos capaces de imaginarnos otro tipo de piezas en las que, sin relleno y sin explotar a la protagonista, satisficieran las ansias del público de disfrutar de la maestra. Y no me refiero tanto a Manuela, sino a quienes cada vez hacen menos aquello que los catapultó a cambio de aumentar, a veces sin sentido, los minutos de una propuesta que lleva por el mundo su nombre, en las que apenas se les ve el pelo.
Verla levantar los brazos en su faraónica estampa, historia viva del baile flamenco, observarla abrir la boca para reunir el coraje hacia el estallido, el momento entrañable de dar la alternativa a su hija y tocaya y, especialmente, el aroma de hermandad y complicidad que compartió con El Extremeño, que la escoltó con su cuerpo, la arropó con la voz y con el mantón, fueron los destellos más significativos de la noche. Ni los arreglos musicales ni el cante de atrás se complementaron lo suficiente como para estar a la altura de esta figura mítica e inalcanzable que se despide a contraluz, poco a poco, fijando su silueta para no olvidar. Imposible, Manuela. Diez minutos te hacen falta, nada más.