«La fuente de mi inspiración» Teatro Villamarta – Festival de Jerez – 23 de febrero de 2022
De los primeros espectáculos en colgar el cartel de todo vendido, el esperado retorno de Manuela Carpio al Festival de Jerez no ha pasado desapercibido por ninguna de sus condiciones: por cómo la jerezana encararía el montaje con la ausencia tan dolorosa de uno de sus puntales, su primo Juanillorro ni, por supuesto, por cómo tejería las virtudes del elencazo que la acompañaba. La respuesta a esos dos interrogantes las descubrimos poco a poco: supo, como siempre sabe, darle el sitio a todo el mundo y Juan Manuel Carpio Heredia, Juanillorro, estuvo presente porque no puede ser de otra manera: estuvieron su voz y su imagen, pero es que esas misimas tablas ya le lloraron en marzo de 2019 con un inolvidable homenaje y todavía quedan brasas de aquello.
La Carpio repartió sus cartas en tres tiradas. Empezó con tres escenas enmarcadas, tres postales costumbristas de las que surgirían parejas de quilates. La primera, dos fogonazos en su salsa, Gema Moneo y Pepe Torres, cuyo primer remate ya levanta del asiento al público. Sus pasos a dos o su baile en solitario gustó por la conexión y sobre todo porque nunca sabes cuándo va a brotar la genialidad. El segundo diálogo, el de Farruca con Antonio Canales por soleá, supo a poco: trajeron calma y solidez, peso, pero tiraron más de pasado y de estirpe que de hallazgos actuales; no porque falten recursos, pero quedaron ganas de verlos más compenetrados.
Eso sí, el cante por bandera, mandando y entregado a la causa: había muy buenos mimbres de los que tirar. Enrique El Extremeño, Miguel Lavi, Juan José Amador y Manuel Tañé. Sevilla y Jerez, donde mana la fuente de la que bebe Manuela. La última estampa, acaso el tándem más esperado de los tres, lo protagonizó ella con el inalcanzable Joaquín Grilo danzando ágiles y con gusto, espalda con espalda o frente a frente, por alegrías. Es lo que tiene conocerse, quererse, estar para el otro, abrazo y beso al final.
La segunda parte de la noche serviría para abrir la caja de los truenos. La usó la jerezana para su catarsis porque hasta el apuntador sabía que esa soleá de media hora tenía nombre y apellidos. La plana mayor del cante asiste, alimenta y sostiene cómo emerge una Manuela dorada y en duelo. Ella pide más y Miguel Lavi se estremece sobre sí mismo, turbado y afligido: también él ha padecido la pérdida. Este palo solemne que tanto gustaba al cantaor de la Plazuela alternó momentos de intimidad y ternura con otros de arrebato y desasosiego que sólo se comprenden cuando has tocado magma ardiente del mismísimo centro de la tierra y has vuelto para bailarlo. Que se lo digan a las guitarras de Juan Diego Mateos y Juan Requena. Vaya currazo.
Hecha la purga, toca el festín a que tan acostumbrados nos tiene la anfitriona, mitad Moneo, mitad Carpio. En torno a una mesa al estilo apostólico, la familia se reúne para compartir en ese espacio de libertad y atrevimiento donde no falta el age y las cosas del comé y del bebé. Palo cortao para todo el mundo. Se unen Diego de la Margara, Enrique Pantoja, el Cachorro e Iván de la Manuela y cada uno aporta lo que tiene. Pepe Torres le canta a Farruca, Gema Moneo a Canales y Manuela al Extremeño. Emocionante (y largo) cierre de una noche que reivindica el flamenco cotidiano que, sin necesidad de despuntar a niveles estratosféricos, es el que nos saca cada día de la cama.