Espectáculo: Al compás de su gente. Baile: Manuela Carpio Artista invitado al baile: Diego de la Margara Cante: Enrique El Extremeño, Manuel de la Tañé, Juanillorro, El Kini, Israel de Juanillorro, Iván de la Manuela. Guitarra: Juan Diego Mateo y Antonio Santiago ‘El Ñoño’. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: jueves 17 de mayo. Aforo: Casi lleno
Texto: Sara Arguijo
Fotos: Remedios Malvarez
Manuela Carpio es una feria. Un animal salvaje. Puro Jerez. Exceso. Genio. Carácter. Señoría. Seguridad. Carnalidad. Histrionismo. Locura… La bailaora llegó a Cajasol para poner su cuerpo al servicio y al compás de su gente y la fiesta empezó con tal euforia que tuvimos que mirar el reloj para cerciorarnos que marcaba las 9 de la noche, y no altas de la madrugada.
Los jaleos, las palmas, las voces, los remates y los desplantes se encadenaron así desde el inicio en un frenético repertorio de alegrías, bulerías y soleares sobre el que ella fue imponiendo su forma de entender el arte como arrebato, como impulso inconsciente y alienador.
Es decir, la jerezana lleva impreso en sus apellidos, en sus entrañas y en sus piernas incitadoras, ese flamenco exagerado, desmedido, que se sitúa a las antípodas de la sobriedad y la moderación. Pero no porque busque en el efectismo el aplauso fácil, sino por instinto de supervivencia. Y porque en su tierra a uno se le tiene que notar que es artista y para serlo no le queda otra que marcar diferencia. Sino que le pregunten a Diego de la Margara que lo contesta rápido en una sola pataíta.
Por lo demás, y a pesar del enorme elenco de voces que la arroparon, la propuesta fue caótica en la iluminación –perdimos la cuenta de los cambios de focos sin sentido-, también en el trasiego de botellas de agua sobre el escenario y en las entradas y salidas de familiares del camerino con las pantallas de móvil encendidas. Y, sobre todo, en un sonido ciertamente horrible. Pero, como me comentaba un amigo a la salida, en este contexto disparatado terminó por venir bien todo lo que iba saliendo mal y agradecimos, por tanto, cuando los cantaores dejaron a un lado los micros de diademas y hasta cuando se cayó alguna que otra peina. Por qué será que a veces nos seduce más la vehemencia que la excelencia…
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