Título: Las tres orillas. Guitarra y dirección musical: Manuel Valencia. Invitado al cante: David Carpio. Invitado al baile: Antonio Molina ‘El Choro’. Percusión: Carlos Merino. Palmas: Javier Peña y Juan Diego Valencia. Lugar: Espacio Turina. Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Domingo 29 de septiembre de 2024. Aforo: Casi lleno.
En Manuel Valencia no hay nada oscuro o inquietante. Ni su virtuosismo técnico ni su soltura para generar armonías se imponen jamás a su toque transparente y expansivo. Por eso, desde que arrancó su recital en la intimidad del Espacio Turina nos hizo sentir en casa.
Solo, alimentando el cante de David Carpio o dándole aire a los pies de El Choro, el jerezano nos removió por ‘Las tres orillas’ de un arte que él remueve de manera entusiasta para que no se encalle. Con brío.
Su soleá La puerta del tiempo fue así un baño fresco donde, gracias a su flamencura y a la contundencia con la que pisa las cuerdas con su pulgar, creímos clavarnos las conchas de la playa. Era inevitable, por tanto, mantenerse quieto en la silla porque su toque generoso y comprensible anima a cantar, bailar o seguirle como sea.
Pero, además, apreciamos en la madurez de este artista la belleza con la que deja respirar a su sonanta, esperando y dándose tiempo para acometer la próxima nota con la que nos revuelca de nuevo. Cuidando cada detalle porque sabe que justo en ese matiz está el pellizco. El que me pone nerviosa, pienso como algo bueno.
La Tierra negra de su taranta nos llevó a soñar cuando subía por el mástil buscando armonías sinceras. Porque Valencia es también un músico completo, creativo, de recursos amplios, que guarda todavía dentro de sí mucho más de lo que muestra.
De hecho, lo que más echamos de menos de su estreno en la Bienal fue precisamente que profundizara en su propio discurso y empezara a creerse su capacidad para encandilar a los espectadores con su guitarra versátil y comunicativa. Es decir, intuimos que al artista, educado en la prudencia del acompañamiento, le falta aún la seguridad y la confianza para mostrar el sugerente y provocador concepto musical que se le percibe. Sin transiciones al cajón ni poner su atención constante en el otro.
Claro que disfrutamos de los compases generosos con que inspiró el zapateado del Choro o de la profundidad de las alzapúas con que arropó una impresionante seguiriya que el onubense bailó recogido y determinante. Y del soniquete y el ritmo vibrante que ofreció en corrillo junto a las motivadoras palmas de Javier Peña y Juan Diego Valencia y la percusión de Carlos Merino para que David Carpio se desplegara por cantiñas. O de la generosidad de las bulerías en la que apenas se le veía la mano derecha.
Pero fue sin duda en la granaína y en la rondeña donde encontramos al Manuel Valencia más espléndido. Al artista sensible e ingenuo que dibuja corazones efímeros sabiendo que duran lo que tarda en llegar la próxima ola.
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