Espectáculo: Baile de Autor. Baile: Manuel Liñán. Cante: David Carpio. Guitarra: Manuel Valencia. Lugar: Teatro Central. Ciclo: Flamenco viene del Sur. Fecha: Miércoles 3 de abril. Aforo: Casi lleno.
Sara Arguijo
Los pies de Manuel Liñán son imparables. En su baile no parece haber ni un solo hueco para el silencio. Ni una milésima de segundo para el respiro. Como si cada pensamiento o cada reflexión que ronda su cabeza tuviese una traducción inmediata en su taconeo. Como si cada ilusión o cada fantasía se pudiese cumplir con un remate.
La autoría de su baile la firma con una rúbrica frenética en la que interviene todo su cuerpo desde la gesticulación de su rostro, hasta sus talones, pasando por los giros de sus manos y los golpes de caderas. Así, su ‘Baile de autor’, el espectáculo que trajo este miércoles a Sevilla un año después de su estreno en el Festival de Jerez y donde une su faceta como coreógrafo y como intérprete, se plantea como una sucesión de estampas y escenas inconexas en las que tanto el cantaor David Carpio como el guitarrista Manuel Valencia -magníficos ambos- actúan como los trasuntos del artista. Los espejos con los que jugar y frente a los que mirarse.
En este sentido, el bailaor, Premio Nacional de Danza 2017 y Premio de la Crítica del Festival de Jerez 2016, da rienda suelta a su creatividad, mostrándose extravertido y fresco. Como demostró especialmente en la mariana que ejecutó a compás con la voz del jerezano en un diálogo donde hubo lugar para el humor y el desahogo o en sus esperadas y aplaudidas cantiñas con mantón y bata de cola donde el granadino exploró otros mundos y liberadores mundos.
Sin embargo, el despliegue de recursos dancísticos resultó abrumador, llegando incluso a saturar y, sobre todo, restando dramatismo al conjunto, precisamente por sobreexposición. Algo a lo que tampoco ayudó la aparatosa escenografía y el propio desarrollo teatral, ciertamente infantil.
Es decir, aunque cueste explicarlo, la tensión, la conmoción y el interés que despierta un espectáculo va más allá de la calidad artística. Y aquí sobró virtuosismo y faltó el gusto y la medida, tanto para encontrar la emoción como para adentrarnos en el universo de Liñán.