Dirección, coreografía y baile: Manuel Liñán. Cante: David Carpio. Música: Víctor Guadiana (violín, guitarra eléctrica) y Juan Campallo (guitarra). Palmas: Ana Romero y Tacha González. Batería: Jorge Santana. Asesor de escena: Alberto Velasco. Fecha: Domingo, 27 de febrero de 2022. Lugar: Teatro Villamarta. Festival Flamenco de Jerez. Aforo Lleno.
En la libreta con la que acudo al teatro apenas tengo anotadas algunas palabras inconexas: burladero, combate, flamenco heavy, Carpio, juego, alegría, farruca, apoteosis… Evidentemente, así sueltas, ninguna me sirve para explicar hoy la vibrante, tensa e hipnótica lidia a la que se lanzó Manuel Liñán en su regreso al Villamarta tras el éxito del estimulante y necesario ¡Viva!
Tampoco crean que encuentro oportuno describir las originales y motivadoras piezas de una obra desafiante en lo musical, en lo estético, en lo coreográfico, en lo escénico y en lo dramatúrgico. Y juro que no es por la pereza que admito que me produce a veces escribir de determinadas propuestas. O porque se me haya olvidado lo que vi (que también ocurre a menudo). Sino porque temo que igual los detalles puedan condicionar su emoción o quebrar la sorpresa.
Me explico. Aquí Liñán deja de esconderse tras la barrera en la que creía estar protegido para coger el toro por los cuernos con valentía y afrontar un duelo personal y profesional (el que le produce la relación con su padre y con la tradición del flamenco) con la convicción de que ya no necesita ni la aprobación, ni el indulto ni salir por la puerta grande. Así, aunque nuestras pugnas sean otras, compartimos con el bailaor y coreógrafo el sufrimiento de sentirse perdido buscando respuestas, la felicidad que da asumir quiénes somos y, sobre todo, la liberación que produce aceptarnos. También su rabia, su búsqueda, su provocación y su sosiego.
De esta forma, desnudándose hasta del ropaje -con el que se podía escudar en ¡Viva!-; bailando como es, sin necesidad de identificarse con ninguna etiqueta o género; y, lo más importante, divirtiéndose mucho Manuel Liñán propone un frenético espectáculo multicapa cargado de símbolos (lo taurino, el bondage, los sombreros de ala ancha, el metal…) que lanzan un discurso tan comprensible como universal.
Por eso, por encima incluso de una obra perfectamente construida e hilvanada en ritmo e intensidad, de un sobresaliente elenco que dejó memorables momentos (ese duelo por granaína de Juan Campallo y Guadiana, ese cante terrenal de Carpio, esa pujante batería, esas exultantes palmeras que fueron tentadoras, cuidadoras y amigas) y de un creativo bailaor sobrado de recursos y de ideas (¡Qué alegrías y qué farruca!) lo que celebramos con el granaíno fue el triunfo de la reconciliación.
Porque, como se demostró esta vez por un fallo técnico que impidió cerrar el final previsto, puede que nunca terminemos de resolver nuestros conflictos y sea imposible controlar del todo nuestros asideros. Pero cuando has aprendido a quererte y has decidido amar eres invencible.