‘De los buenos manantiales’ llegaban este miércoles al Teatro Alameda dos de los debutantes de esta Bienal de Flamenco, Manuel de la Tomasa y Lela Soto, para defender desde la tradición el futuro del cante jondo que ambos conservan como herencia sagrada. El de la Tomasa, como eslabón de la casa de los Torre, manteniendo los consejos de su abuelillo José de la Tomasa, Giraldillo Ciudad de Sevilla de esta edición, y leyenda viva del cante, como le dedicó en una letra. Y Lela Soto, hija de Vicente Soto y nieta de Sordera de Jerez, llevándose a su terreno la frescura, el compás y la gitanería de su clan.
De este modo, en un cruce desde el barrio sevillano de la Alameda de Hércules, “donde siento la energía de toda mi casa y mi gente”, apuntó el cantaor, al Barrio de Santiago de Jerez de la Frontera y su otra “semi tierra”, que es la capital, ambos rindieron tributo a sus raíces en una suerte de batalla de gallos jonda, freestyle, donde los vimos pelearse con el cante, rebuscarse para impregnar los tercios de cositas propias y aportar letras nuevas. Conscientes de que este arte no permite acomodarse y que no cabe otra que asumir riesgos si se quiere transmitir y crecer.
En este sentido, lo mejor de la noche fue comprobar que el cante viejo es tan fulminante y radical que cuando son dos jóvenes de la generación Z los que lo acogen perdemos la noción de la época en que nos encontramos y no sabemos si hemos viajado al pasado o estamos ya en otro siglo.
El primero en batallar fue un comprometido Manuel de la Tomasa que salió rebuscándose en los tonos bajos por malagueñas y abandolaos para seguir luego con un homenaje a El Gallina por cañas y alegrías. Con seriedad, el sevillano midió su eco profundo y sacó partido a su garganta rozada, tratando de encontrar aún su voz propia con arrojo y seguridad, hasta llegar a la seguiriya, marca de la casa, con la que de repente recordamos por qué el flamenco es otra cosa. El nieto pareció entonces cumplir años y su voz, sin microfonía, salió más natural, limpia y precisa. Porque de algún modo sabía que si tenía que morirse en su estreno tenía que ser por seguiriya y así la cantó, como si fuera su última oportunidad. Aquí podría haber acabado su recital que alargó innecesariamente con el Romance del conde sol, desactualizado y más plano que el resto del repertorio, y cerró por toná.
Por su parte, Lela Soto, que está preparando el que será su primer álbum, afrontó su turno alardeando de su cante melódico y dulce, también por malagueñas que fue en su caso lo que sobró del recital. Menos mal que enseguida se metió “en mi particular homenaje a mi gente de los Sordera” en una soleá por bulerías, que es patrimonio. Su garganta arenosa y la manera personal con la que cierra los tercios nos dejó ver una cantaora de “voz de caramelo”, como le dijeron desde el patio de butacas, pero al mismo tiempo creativa, con carácter y gusto. Como demostró sobre todo en unos brillantes tientos-tangos, que nos levantaron de la silla a pesar de la horita. “¡Qué subidón!”, reconoció ella misma feliz. Emotiva fue asimismo la “milonga a mi manera” que cantó en tributo a Chacón antes de cerrar, cómo no, por bulerías. Aunque mientras a Tomasa le benefició soltar el micro a ella, con un registro vocal más templado, le deslució.
A ambos les acompañaron dos excelentes guitarras completamente distintas que no sólo les arroparon sino que revistieron el cante con matices necesarios para completar sus propuestas. De un lado la de un rotundo y poderoso Luis Medina, con Manuel de la Tomasa y, de otro, el soniquete y la flamencura de un pletórico Antonio Malena Hijo. ¡Qué buenas guitarras, por cierto, estamos escuchando acompañar en la Alameda!
En torno a la 1 de la madrugada los dos “primitos” salieron “juntitos” al fin de fiesta con las palmas de Dani Bonilla y Frasco del Chacón y de Marcos Carpio, El Pirulo y Juan Diego Valencia, que les habían puesto el compás a Manuel y Lela, respectivamente. De nuevo la pena fue tener que aguantar el tipo para disfrutar a estas horas de un recital de cante de dos horas un miércoles en un teatro a oscuras, sin poder moverte del asiento ni tomar algo entre medias que te espabile, como al menos se puede hacer en los festivales. Definitivamente un desacierto de esta Bienal que o explica a los artistas que comparten cartel que no más de cuatro cantes cada uno y el fin de fiesta o tendrá que repensar el modelo para ubicar en otras horas y espacios este programa por otro lado tan necesario.
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