VIII Festival de Otoño de Granada
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Baile: Manolete. Bailaoras: Judea Maya, Susi Parra, Mónica Fernández. Bailaores: Pol Vaquero, David Paniagua. Cantaores: Jony Cortés Pepe Jiménez, Leo Treviño. Guitarra: Basilio García, Jesús Losada, Juan Jiménez. Chelo: Vatio. Coreografía y dirección artística: Manolete. DIGNIFICACIÓN Hace décadas Manuel y Juan Santiago Maya, bailaor y guitarrista, fueron entre los primeros artistas flamencos en viajar a Japón para satisfacer la creciente demanda para el arte jondo. Juan Maya “Marote”, que nos dejó en el año 2002 llegó hasta la cima de su profesión con un estilo inconfundible, y hoy en día su hermano pequeño, Manolete, igualmente original y creativo, es uno de los bailaores legendarios del flamenco. El pasado viernes, el mito volvió a bailar en su tierra natal demostrando la calidad intemporal de su arte. Percusión, sudores, energía, fuerza, momentos que rozan lo caótico. La compañía de Manolete, gira y gira en un torbellino de movimiento y ruido alrededor del maestro que se mueve intensa pero serenamente por el tiempo y el espacio. Intocable. Inmutable. El cané de Alosno es el primer cante poco granadino que abre un programa, misericordiosamente sin más mensaje que el cante, baile y toque en sí . Y venga percusión, y los bailaores con una estética absolutamente farruquitero (porque ya no es el viejo Farruco al que imitan, sino al nieto que con apenas veinte años cambió el baile flamenco, tanto masculino como femenino, definitivamente). El cuerpo de baile es más frenético que enduendado, pero la compostura de Manolete pone las cosas en su sitio. Sentado, severo, su rostro esculpido en granito, su erguida figura con luz cenital, traje blanco y bastón, la perfecta estampa de patriarca elegante provoca una calurosa ovación. Baila sentado, luego de pie, por siguiriya, con aplomo, gravedad y fuerza contenida, con mayor dominio que hace algunos años. El grupo de jóvenes que remata el baile, no logran todos juntos lo que Manolete acaba de hacer en la primera parte con su aplastante dignidad; el flamenco tiene eso, la capacidad de liberar a los duendes, se escondan donde se escondan, y no siempre están en el cuerpo más joven.
Su rostro esculpido en granito y su erguida figura… la perfecta estampa de patriarca elegante Cuando el bailaor se queda a solas con la farruca, su figura delgada llena, no sólo el escenario, sino el teatro entero con su majestuoso baile. Farruca sin cante, como se hacía antes, y gritos de “¡maestro!” salpican la densa atmósfera del teatro. Soleá por bulería para un mano a mano de los dos bailaores jóvenes, dos Michael Jackson flamencos con zapatos blancos y adrenalina a granel, y el contraste con la intensa serenidad de Manolete es un poema sobre la naturaleza del flamenco. Y otro baile en solitario de Manolete. Esto no es encabezar un cartel por su valor nostálgico o taquillero; el granadino está en excelente forma y es la espina dorsal del programa, todo lo demás es relleno. Por alegrías, su estilo es bien definido y personal, sigue impresionando, y ahí queda el espectáculo con sólo un simbólico “fin de fiesta” a cámara lenta, al estilo de Antonio Gades. Para encontrar la “dignificación del flamenco”, manida frase que requetepiten los políticos para justificar la concesión de generosas subvenciones de obras vanguardistas, no hay que ir más lejos que el baile inspirado y profundo de Manuel Santiago Maya, «Manolete».
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