Texto: Sara Arguijo
Fotos: Oscar Romero/La Bienal
Dirección: Juan Requena Colaboración especial: Carrete de Málaga Cante: Virginia Gámez, Simón Román, Antonio Luque «Canito» Baile: Luisa Palicio, Ramón Martínez Guitarras: Juan Requena, Fran Vinuesa Percusión: Juan Manuel Lucas
Málaga para el tiempo en Triana
Al flamenco lo tiñe la tierra en la que germina. Y pese a su universalidad y a su globalización adquiere tonalidades distintas según el sol que lo ilumine y el viento que lo acune. Por eso, es absurdo lo de no me gusta el flamenco, porque no hay un singular que englobe los infinitos matices que ofrece este arte y es imposible no reconocerse en alguno de sus pigmentos.
Así, tras la fiesta de Alalá -con artistas de las 3000 viviendas y raíces trianeras- que llenó el jueves el Hotel Triana de bullicio y alegría, vino este viernes Málaga a parar el tiempo y llamar al recogimiento.
La cadencia de los abandolaos fue el hilo conductor que sirvió de inicio y cierre de un espectáculo lleno de luz, serenidad y contrastes. Una propuesta de enorme plasticidad y belleza que el público disfrutó al unísono en silencio, gritando los oles precisos y en el momento justo.
Desde la presentación el furor lo causó el personalísimo Carrete de Málaga. Su aparición, por distinta, rompedora, histriónica y sincera, resulta siempre un regalo para los aficionados que ven en él la muestra de que lo puro es lo que se hace de verdad. ¡No se puede ya bailar con menos ni con más!
Pero además de este Carrete de manos infinitas y rodillas de marioneta –ya saben ustedes lo de Fred Astaire– que hizo alarde de nuevo de compás y hondura por taranto, la noche estuvo repleta de momentos mágicos de absoluta delicadeza.
No podemos obviar la sensibilidad que imprimió Juan Requena en una taranta llena de melancolía. La sonoridad que le saca a su sonanta, la delicadeza de su mano derecha, su elegancia y su creatividad también en el acompañamiento.
Tampoco las estampas de baile que dejaron Luisa Palicio y Ramón Martínez. Las cantiñas de esta malagueña, con mantón y bata de cola, fueron de un maravilloso preciosismo. Cuando Palicio se para y sube sus brazos dan ganas de pintar un silueteado de su figura. ¡Cuánto buen gusto y cuánta finura!
Ramón Martínez, por su parte, dejó al público ensimismado en unas soleares por bulerías que ejecutó con seguridad, sensualidad y picardía. Llevándonos con él en su balanceo y en su frescura. Manteniendo el eje y haciendo gala de sus múltiples recursos.
Se disfrutó igualmente de la poderosa voz negra y rasgada de Simón Román por seguiriyas y de la melódica y dulce voz de Virginia Gámez, así como de un acompañamiento exquisito y una puesta en escena impecable.