Espectáculo: Foráneo. Baile: Luisa Palicio y Borja Cortés. Cante: Jesús Corbacho y Jonathan Reyes. Guitarra: Jesús Rodríguez. Percusión: David Chupete. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: Jueves 10 de noviembre de 2022. Aforo: Lleno.
A pocos días de que se presente en esta sede de la Fundación Cajasol el libro póstumo de Manuel Herrera (‘Flamencos. Viaje a la generación perdida’) su recuerdo se hace aún más latente en estos Jueves que, desde que él no está, ya no son lo mismo… Ni por la programación, discontinua y mermada, ni por la proyección del ciclo (sin esas míticas ruedas de prensa que fueron fundamentales para la cohesión del sector), ni por el cuidado y el cariño que imprimía el director y que notamos en detalles como la ausencia de los programas de mano que Herrera anotaba con mimo, sabedor de su importancia para la divulgación de lo jondo.
Sin embargo, viendo salir a escena a Luisa Palicio (a la que disfrutamos hace mucho junto a su maestra Milagros Menjíbar en la entonces sala Turina) y al joven Borja Cortés, a quien conocemos por su trayectoria en el Centro Andaluz de Danza y su participación en ‘El Salto’ de Jesús Carmona, sentimos que no todo está perdido. Porque, de algún modo, en ellos pervive el legado de Manuel. Ése amor por un flamenco abierto e integrador, en el que conviven las distintas estéticas y generaciones.
En este sentido, lo que propusieron los bailaores fue un viaje íntimo desde su Málaga natal a la Sevilla donde han crecido artísticamente, y viceversa, a través de un repertorio que buscaba en el cante los territorios comunes y acudía en el baile a las influencias de los grandes maestros.
Es decir, ‘Foráneo’ se presenta como una propuesta sencilla (que no fácil) y seria en la que ambos defienden, desde el hoy, un flamenco en el que importa la forma, la estructura y los tiempos. Y también el acompañamiento, liderado por las voces acompasadas de Jonathan Reyes y Jesús Corbacho -que fue engarzando el ritmo de la obra con su eco melodioso-, además de la guitarra generosa de Jesús Rodríguez y la percusión de Chupete.
Así, Luisa Palicio, mucho más segura y contundente, refrendó con el mantón por malagueña y con la bata de cola por soleá, la escuela de baile sevillana que abandera. Practicando un baile lento, bello y aéreo que requiere desarrollo y atención para el deleite.
Por su parte, Cortés, de porte clásico y zapateado pulcro, demostró en la caña su dominio del espacio y la riqueza de sus recursos, destacando la colocación precisa de su cuerpo y unos brazos y unas manos repletas de posibilidades. Es verdad que en su baile echamos de menos una conexión del movimiento con la intención, como si en ocasiones, por inseguridad o por miedo, estuviera encorsetado en su propia coreografía.
También nos faltó naturalidad, frescura (y sonrisa) en los pasos a dos, por fandangos, abandolaos y tangos, en los que nos hubiera gustado ver a ambos abandonarse y olvidar la escena. Aun así, insistimos, el recital fue un emotivo reencuentro con un flamenco riguroso de una generación de la que Herrera puede estar orgulloso.